Portadas del 11-M

Enfoque

Recuerdo de unas jornadas terribles en las que ‘La Vanguardia’ supo mantener la prudencia

Portadas del 11-M
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Se cumplen veinte años de los atentados del 11 de marzo del 2004. Todos recordamos aquellos trágicos días en los que España sufrió una convulsión de la que todavía no se ha repuesto totalmente. Una idea está ganando consenso: España empezó a romperse políticamente hace ahora dos décadas. 2004 habita en 2024.

“¿En qué momento se jodió el Perú?”, pregunta Santiago Zavala, uno de los protagonistas de Conversación en la catedral, la tercera novela de Mario Vargas Llosa. Esta frase se ha utilizado no pocas veces de un modo retórico en España durante los últimos años. ¿Cuándo se jodió la política española? Muchas personas creen que la avería se inició con los sucesos del 11-M en Madrid, de los que salió un país atrozmente dividido, con una fuerte herida emocional. No caigamos, sin embargo, en la trampa de idealizar excesivamente los consensos anteriores. 

Antes del 11-M, España ya no iba como una seda en lo que se refiere a su civilidad. La política española empezó a tensarse fuertemente cuando desapareció del horizonte la posibilidad de un golpe militar que provocase una grave regresión. A medida que el país fue adquiriendo seguridad en sí mismo y el ingreso en la Comunidad Económica Europea consolidó una nueva perspectiva de prosperidad e incluso de enriquecimiento, algunas cautelas de la transición se aflojaron. No está de más recordar un episodio prácticamente olvidado. En 1986, el primer presidente del Tribunal Constitucional, el jurista Manuel García-Pelayo, abandonó el cargo antes de acabar su segundo mandato y tomó la decisión de marchar del país hastiado por las presiones, las amenazas y los insultos recibidos durante la deliberación del asunto Rumasa. (El voto de calidad del presidente declaró constitucional la expropiación llevada a cabo por el Gobierno de Felipe González). García-Pelayo, antiguo oficial del ejército republicano, había destacado como jurista en Latinoamérica como especialista en Derecho constitucional comparado. Regresó a España durante la transición, animado por el rey Juan Carlos, que buscaba signos de reconciliación. No aguantó la campaña de difamación y se fue en 1987. El Perú empezó a joderse antes del 2004.

Hemos mitificado seguramente los años del consenso, pero no hay duda que España se descarnó políticamente en marzo del 2004. Estos días se vuelve a pasar revista a aquellos momentos de enorme tensión, y todos recordamos dónde estábamos y qué hacíamos entre el 11 y el 14 de marzo de hace veinte años. Yo estaba en la redacción de La Vanguardia en Barcelona y recuerdo con toda nitidez una decisión que no era fácil de adoptar en aquellos momentos. La Vanguardia fue el único de los diarios de mayor circulación de este país que no atribuyó la autoría de los atentados a ETA, manteniéndose desde el primer momento en una posición de prudente espera. 

Durante la tarde del 11-M, 'La Vanguardia' optó por la prudencia, por esperar a que la investigación madurase

Al igual que otros directores de medios de comunicación, el entonces director del diario, José Antich, también recibió una llamada del presidente del Gobierno, José María Aznar, asegurándole con toda rotundidad que ETA había sido la autora de la matanza. El asunto fue discutido en el consejo de redacción y el director optó por la prudencia. Primera medida: no publicar una edición extraordinaria el día 11 por la tarde. No atolondrarnos. Esperar. Dejar pasar unas horas para orientarnos mejor. El actual director del diario, Jordi Juan, entonces subdirector, con responsabilidad directa en el área política, explicaba ayer en su newsletter cómo discurrió la deliberación. Les recomiendo seguir esa newsletter, titulada: El boletín del director. Entre el jueves día 11 hasta el domingo 14 (fecha de las elecciones generales), La Vanguardia ofreció una información muy ponderada y matizada que hoy, veinte años después, resiste el peso de la hemeroteca. Fue una cobertura muy profesional, muy correcta. El editor, Javier Godó, respaldó la línea de prudencia, y el director Antich, con la valiosa contribución del director adjunto, Alfredo Abián, y de todo su equipo, superó una dura prueba. También asistí a aquellas deliberaciones como subdirector (no me ocupaba del área política) y recuerdo con que estado de ánimo atravesamos aquellos momentos al tomar distancia del relato oficial. Había unanimidad en la redacción en que esa era la línea correcta. Recordarlo veinte años después creo que es de justicia.

No se trata de dar lecciones de periodismo a nadie. Dos décadas después, mi reflexión es la siguiente: la distancia nos ayudó. Los seiscientos kilómetros de distancia entre Barcelona y el epicentro de la tragedia seguramente nos ayudaron a tener una visión más serena de los acontecimientos y a ponderar mejor la versión que el Gobierno trataba de imponer contra viento y marea. Otro diario ‘periférico’, La Voz de Galicia, también evitó atribuir la responsabilidad del atentado a ETA, manteniéndose a la espera de las investigaciones. Dentro de la M-30, la presión era muchísimo más alta. Lo cual nos ilustra de nuevo sobre la importancia de un país polícéntrico, con el poder político, económico y social territorialmente repartidos, con centros de influencia y decisión no concentrados exclusivamente en la capital, a la sombra de los ministerios. Esa es la gran discusión de España desde hace casi dos siglos. Esa sigue siendo la discusión de nuestros días. Madrid DF concentrando y controlando todos los mecanismos fundamentales, o un país más equilibrado en términos de poder real, no solo de poder administrativo. El policentrismo también es importante en el ámbito de la información. El 11 de marzo del 2004 quedó perfectamente demostrado.

España es el único país golpeado de manera atroz por el yihadismo en el que ha habido 'negacionismo' de esa autoría

Aznar se equivocó en aquellas trágicas circunstancias. Muy pocos lo ponen hoy en duda. En vez de convocar a los representantes de todos los partidos políticos, sin distinción, y todos los presidentes autonómicos, sin distinción, para transmitir juntos un mensaje de verdadera unidad nacional, por encima de las diferencias y las tensiones de la campaña electoral, optó por guerrear. En vez de desconectar la gestión del duelo de la campaña electoral, conectó el duelo al combate político y provocó un descomunal cortocircuito. Transcurridos veinte años ha sido incapaz de transmitir un mínimo mensaje autocrítico. Aznar nunca se equivoca. En su mentalidad política -estamos hablando de un hombre con una notable inteligencia operativa-, reconocer un error es una señal de debilidad que debe evitarse.

En agosto del 2005, dieciséis meses después del 11-M español, los británicos dieron una auténtica lección en la gestión política y comunicativa de los atentados yihadistas que sacudieron la ciudad de Londres cuando cuatro explosiones provocaron el colapso del sistema metropolitano de transportes. Cincuenta y seis muertos y setecientos heridos. Ni el ministro del Interior, ni ningún otro miembro del Gobierno comparecieron de inmediato ante las cámaras de televisión para arengar a la población. La comunicación televisada quedó en manos de un oficial de Scotland Yard que iba informando a la población de los avances de la investigación, ciñéndose a los hechos conocidos, con tonos neutros. Todo muy británico. Cuando tuvieron una noción clara de lo ocurrido, habló el Gobierno.

En España, sin embargo, el forcejeo por el relato del 11-M duró meses y meses. Las teorías de la conspiración, el intento de embarrar la instrucción judicial y provocar un colapso del juicio para subrayar la “ilegitimidad” de la nueva mayoría política salida de las urnas, fueron la nota dominante.  Campañas de acoso contra policías y jueces. La esposa del comisario de Vallecas se suicidó al no poder soportar la campaña de difamación contra su marido. Dos medios encabezaron aquella campaña: la emisora episcopal Cope y el diario El Mundo, de propiedad italiana. La jerarquía católica, comandada en aquel momento por el cardenal Antonio María Rouco Varela, y un grupo de comunicación respaldado en última instancia por el grupo automovilístico Fiat, que tenía cuentas pendientes con Felipe González desde la adquisición de SEAT y su gran red comercial en España por la empresa alemana Volkswagen. Es difícil, por no decir que imposible, imaginar a un periódico de capital español agitando Italia o Francia después de un gran atentado terrorista. Pocos países europeos han abierto sus puertas de esa manera, pese a la libertad de circulación de capitales en la Unión Europea. La asimetría España-Italia es en este capítulo clamorosa. También es imposible imaginar al presidente de la conferencia episcopal francesa conspirando contra un gobierno de la República. España ha sido el único país del mundo golpeado por el yihadismo en el que se ha generado una campaña negacionista por razones de política interna. 

Veinte años del 20-M. Memoria y reflexión.

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