Si esta vez Pedro Sánchez no ha cambiado de opinión; si Félix Bolaños es sincero cuando hace un cántico tan largo como apasionado de la amnistía; si los portavoces del nuevo socialismo sanchista no hablan solo para ganar la simpatía del jefe, y si nadie próximo al Gobierno español trata de engañar a la opinión pública, estamos entrando en una etapa de felicidad suprema. Tan suprema, que supondrá la superación de todos los conflictos que enfrentaron a Catalunya con el Estado desde hace más de tres siglos. Esa nueva etapa se distingue, según los testimonios citados, por el reencuentro, la reconciliación, el diálogo, la unidad, la concordia, la convivencia, el cierre de heridas y la confirmación de la fortaleza y vigencia de la Constitución española. ¿Hay quien dé más? Sí: el autor de la definición de esta amnistía como un sugestivo proyecto “que representa a la mayoría social”.
Así que, como diría el rey aquel, vayamos todos juntos, y yo el primero, por la senda de la amnistía, proclamada por los ministros como la nueva senda constitucional. O, como hizo ayer el director Jordi Juan, certifiquemos que “ahora no hay leyes de desconexión ni declaraciones de independencia”. Felicidad suprema, ya digo. Al otro lado de tan idílico horizonte, Emiliano García-Page matizó: el tema es que el independentismo “renuncie a volver al punto de partida”, y en ese pequeño detalle naufraga el triunfalismo oficial. El secesionismo no solo no renunció, sino que Puigdemont anunció que vuelve al punto en que lo dejó el día que huyó en una fuga que él ennoblece llamándole exilio. El president Aragonés dijo en el Senado que es el primer paso para la independencia. La Mesa del Parlament dio curso a una iniciativa legislativa popular que pide legitimar la DUI.
Está prácticamente anunciado que el próximo paso será exigir el referéndum, y nadie sabe a dónde llegará la confrontación con los jueces y la derecha después de lo que hemos visto estos días.
¿Qué quiero decir con estas anotaciones? Que la amnistía, como dicen sus más apasionados defensores, es un instrumento de concordia y de convivencia, aunque su origen haya sido salvar a Pedro Sánchez y ahora librar a Puigdemont del calvario penal. Una vez pactado su contenido, hay que desear que signifique, además, consolidar la unidad nacional y asumir la Constitución, pensando también en el País Vasco, sobre todo si Bildu termina gobernando tras las próximas elecciones. Pero tiene razón García-Page: la concordia plena depende de los nacionalistas, y ya hemos dicho que no está previsto que renuncien a la soberanía, ni al referéndum ni a la reclamación de inversiones.
Por eso este cronista pone sus expectativas en el frigorífico y se limita a esperar dos cosas. Primera, el desarrollo de los acontecimientos. No está claro que un independentismo exigente y triunfante corresponda a la generosidad interesada de Sánchez. Así que celebración, sí; pero escepticismo también. Y segunda, que las concesiones del PSOE ayuden a liquidar la demagogia de la represión. Es decir, que convenzan a la ciudadanía catalana de que hoy el Estado español puede ser antipático, pero no es un Estado represor.