El enfado de Tom Hanks y el fin del mundo

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La narrativa contemporánea y Umberto Eco nos han enseñado que las sociedades desarrolladas y libres las levantan ciudadanos contentos y risueños y las destruyen individuos iracundos cargados de determinación

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El enfado de Tom Hanks y el fin del mundo | Pedro Vallín

Otro hombre fuera de sí con acceso a armas de fuego ha matado a una veintena de personas en una localidad estadounidense del Estado de Maine, disparando contra gente anónima en una bolera y un restaurante de la localidad de Lewistone. Como quiera que este problema es genuinamente estadounidense, debido a la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, el cine de Hollywood y en general la cultura pop del país, le ha dado todas las vueltas y requiebros posibles al asunto, con decenas y decenas de títulos de los que ya hemos hablado aquí no en una sino en varias ocasiones.

Básicamente Taxi Driver, Joker y toda su parentela, que conforman una familia católica, es decir, una familia numerosa. La Segunda Enmienda, como tantos productos jurídicos del liberalismo clásico, empezando por el célebre respeto a la propiedad privada, es una de esos mecanismos que tratan de empoderar a los ciudadanos frente al autoritarismo. 

Nunca hay que olvidar que el liberalismo político es una filosofía que germina en medio del absolutismo monárquico y trata de empoderar a los ciudadanos frente a las arbitrariedades de poderes a los que apenas pueden hacer frente. Es decir, son medidas emancipadoras que tratan de dotar a los nadies del mundo de herramientas para enfrentar a poderes que pueden someter su condición de hombres libres, cuya escala resultaría, en otro caso, inasumible. 

En el caso estadounidense, tenía una ventaja añadida, pues el control del gobierno federal sobre el territorio era muy deficiente en muchas zonas del país, bosques, montañas y praderas donde sobrevivían pequeñas y dispersas poblaciones indígenas irredentas, de modo que dotar de armas a los paisanos para que se defendieran por sí mismos era también una forma de subcontrata casi gratuita que quitaba trabajo al ejército, es decir, al Estado.

De eso va el western todo él, género que descansa sobre el concepto del territorio de frontera, que es aquel en que aún se solapan la selva y la ley. El resultado, tanto para el caso de la emancipación frente al poder como para los colonos y cowboys es el mismo: efectivamente los vaqueros mataban indios, pero también descubrieron que esos rifles y pistolas servían para atracar bancos, robar ganado, asaltar trenes o poner orden tras una mala partida de póquer. Y eventualmente, como vemos hoy que ya no hay nativos americanos que exterminar y que para robar bancos es más eficiente crear un mercado de monedas de mentira con un portátil que entrar en una sucursal revolver en mano, las armas siguen sirviendo para dar rienda suelta al malcontento en un centro comercial o un restaurante cuando uno tiene una semana torcida.

De ese género que podemos llamar “persona enfadada gruñe a todo el mundo”, y cuyo título predilecto, al menos en esta casa, no es el del taxista de los tatuajes que habla al espejo sino Un día de furia, de Joel Schumacher, peripecia de un cliente insatisfecho del Buger King protagonizada por Michael Douglas y Robert Duvall, uno de los títulos más recientes y más inocentes es El peor vecino del mundo, de Marc Foster, adaptación estadounidense de una novela de Fredrick Backman titulada Un hombre llamado Ove, que ya había sido llevada al cine en Suecia en 2015. Lo significativo es que el protagonista de la versión norteamericana es Tom Hanks. Y es importante porque la filmografía de este actor, sin apenas excepciones, encarna exactamente la antítesis del ciudadano enfadado. 1,2,3... Splash, Big, Esta casa es una ruina, Ellas dan el golpe, Socios y sabuesos, Algo para recordar, Philadelphia, Forrest Gump, Tienes un email, Salvar al soldado Ryan, La milla verde, Náufrago, Atrápame si puedes, La terminal, El código Da Vinci, Larry Crowne, Tan fuerte tan cerca, Capitán Phillips, Sully, Al encuentro de Mrs. Banks, El atlas de las nubes, El puente de los espías, Esperando al rey, Los archivos del Pentágono, Noticias del gran mundo, Un amigo extraordinario, Finch, Pinocho…, son tantos retratos de ciudadanos que solo aspiran, con mejor o peor suerte, a hacer lo correcto que podríamos pensar que no cabe mayor utopía democrática que una nación poblada por distintas y sonrientes versiones de Tom Hanks.

Por eso es tan preocupante que a estas alturas haya elegido encarnar al amargado Ove, que en su versión se llama Otto, como si él mismo hubiera perdido la esperanza. Como si el Hanks envejecido fuera un Fernando Savater o un Félix de Azúa, como si América se hubiera rendido a ser la que es y no la que soñó ser.

Resumiendo, la lección de hoy es que si alguno de ustedes es como Larry Crowne, trabaja en una hamburguesería y a las ocho de la tarde les pide un desayuno Javier Milei, sírvanselo aunque sean las ocho de la tarde. No vale la pena discutir. 

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