Medio en broma, medio en serio, se ha comentado esta semana que José Luis Rodríguez Zapatero se ha convertido en el Gordon Brown español. El veterano político que se arremanga y regresa durante unos días al primer plano para intentar evitar un desastre. El político escocés, rudo, introvertido, irascible, volcánico cuando se enfada, logró evitar la partición del Reino Unido. El político leonés, simpático, locuaz, zorruno y carente de un sentido trágico de la existencia, trabaja estos días para evitar una debacle del Partido Socialista Obrero Español.
Gordon Brown (Glasgow, 1951), maquinista de la tercera vía del laborismo y primer ministro entre 2007 y 2010, logró evitar que el sí a la independencia de Escocia triunfase en el referéndum del 18 de septiembre del 2014, cuando conservadores y laboristas ya lo creían perdido. Le llamaron de urgencia y se pateó los distritos obreros intentando hacer ver al sector más maduro del electorado escocés que sus pensiones podían estar en riesgo si se consumaba la separación. El primer ministro conservador David Cameron no podía poner los pies en Escocia. Era demasiado impopular. Tampoco Tony Blair podía ser útil a la causa unionista, pese a haber nacido en Edimburgo y a su política de devolución de competencias a Escocia y Gales. Blair estaba demasiado quemado. Pese a su carácter arisco, Brown conservaba el aprecio de las bases laboristas. Recuerdo las portadas de la prensa de Londres el día de la votación. “El día del destino”, decía The Times . Ni un exabrupto en aquellas primeras páginas, descendientes de una verdadera tradición democrática. Aquel día ganaron. Al cabo de dos años perdieron el referéndum del Brexit, en el que hubo mucho más juego sucio.
José Luis Rodríguez Zapatero (Valladolid, 1960) ha identificado la gravedad del momento para la izquierda española. Es una situación nunca vivida hasta ahora, poco comparable con las grandes derrotas del PSOE en los años 2000 y 2011. Es algo más profundo. Estas elecciones podrían dejar postrada a la izquierda por un largo periodo de tiempo, a consecuencia de unas corrientes de fondo muy adversas –en toda Europa–, y de los errores cometidos durante los últimos meses, que condujeron a la desarticulación del ala izquierda de la coalición en las elecciones municipales y autonómicas del pasado 28 de mayo.
Zapatero se implica en la campaña, como Gordon Brown hizo en el referéndum de Escocia
Cuando en un país las fuerzas profundas están muy equilibradas, un solo error estratégico puede decantarlo todo. La inapelable derrota de finales de mayo llevó a Sánchez a convocar elecciones generales lo antes posible, con el consiguiente cambio de escenario político y psicológico. Yolanda Díaz ha tardado semanas en reubicarse y algunos días Sánchez parece que tenga que pedir permiso por existir, tanta es la cura de humildad que le han recetado sus atribulados asesores. Llegó al debate del pasado lunes demasiado preparado, demasiado consciente del riesgo que corría. En los minutos previos se le veía de pie, tenso, acompañado de su jefe de gabinete, Óscar López que llevaba el miedo impreso en la mirada. Sentado en la mesa, Alberto Núñez Feijóo ordenaba papeles con porte presidencial. El candidato del PP salió en tromba, tergiversó muchos datos y falseó otros, abusó del galope de Gish (la técnica de la que hoy todo el mundo habla, consistente en atropellar al adversario con todo tipo de datos, datos ciertos, medias verdades y falsedades imposibles de refutar al instante), pero sorprende que Sánchez no estuviese advertido sobre quien tenía enfrente. Alumno de la escuela Romay Beccaría , Feijóo es un político durísimo, que hoy se ofrece al país como una mezcla de José María Aznar y Mariano Rajoy. (Con más dosis de Aznar que de Rajoy, en estos momentos). Un presidencialismo fuerte, metódico, implacable con los adversarios, capaz de maniobrar en distintas direcciones, incluso de manera contradictoria si hace falta. La oferta está clara.
El exprimer ministro británico Gordon Brown, en la coronación de Carlos III
Zapatero está salvando a Sánchez del naufragio. Sabe conducir una campaña, identificando los momentos clave. Es muy didáctico en televisión. Es un buen puntal. Incluso ha salido a pescar votos de Podemos para el PSOE, compareciendo junto con Irene Montero en un acto público. El intento de convertir a la ministra de Igualdad en un personaje invisible, como si nunca hubiese existido, es uno de los rasgos más patéticos de la campaña de las izquierdas. Es como si no conociesen España, país que detesta la cobardía.
Quedan siete días, en los que el Partido Popular hará un intenso llamamiento al voto útil, para intentar llegar o acercarse a los 160 diputados, con los que podría gobernar en solitario. Y el PSOE apelará al factor sorpresa, a la reacción de última hora, a la existencia de una posible corriente subterránea que le empuje por encima de los 120 diputados e impida un paseo triunfal de las dos derechas, obligando a una gestión compleja del resultado, quizá a una legislatura corta. Vienen días densos.
El antiguo premier británico advierte que el futuro político de Europa se juega en España
Gordon Brown, el hombre que evitó la separación de Escocia, sigue con mucha atención la campaña española. Acaba de publicar un artículo en The Guardian , periódico de referencia de los laboristas, en el que advierte que las elecciones en España son de una gran importancia para el futuro de todos los países europeos. El hombre ceñudo que vio venir la tremenda crisis financiera del 2008, que frenó la independencia escocesa, pero no pudo evitar el Brexit, sostiene que la entrada de la extrema derecha en el Gobierno de España sería una señal muy peligrosa para la estabilidad política de toda Europa, puesto que actuaría de factor multiplicador. Advierte de los serios riesgos que corren Francia y Alemania. En pocas palabras, Gordon Brown, nos dice que las elecciones del próximo domingo son elecciones europeas.