Como moderador del debate de Televisión Española, el periodista Xabier Fortes puede estar satisfecho. Supo actualizar una alternativa de servicio público en un formato que, secuestrado por los asesores, tiende al espectáculo de la confrontación y justifica que Jorge Drexler cante “el odio es el lazarillo de los cobardes”. Sin infografías épicas o estridencias gratuitas, los turnos de palabra se sucedieron con una legítima voluntad proselitista que, por suerte, fue poco rabiosa. De vez en cuando el roce ideológico generó chispas de discrepancia. Al final, el espectador tuvo la sensación de que se rebajaba la carga dramática de las elecciones y se recuperaba la lógica parlamentaria. Una lógica que desacredita una de las grandes mentiras de la campaña: que las elecciones son presidenciales.
Aina Vidal optó por un final –“¡Viva la vida y viva la alegria!”– más propio de un musical que de un debate. Aitor Esteban deconstruyó la famosa conllevanci a de Ortega y Gasset refiriéndose a la patata catalana (intuyo que caliente) y a la euskopatata. Fuertes felicitó a los siete candidatos por compartir un rato de televisión civilizada (con “sentidinho”) mientras que la idea de la patata vasca (posible remake de La pelota vasca de Julio Medem) disparaba recetas mutantes de porrusalda, marmitako o sukalki en las redes.
Es verdad: en pocos años se jubilarán unas cuantas generaciones de radiofonistas ‘boomers’
Pausa: ayer me desintoxiqué durante dos horas de la campaña yendo a ver una película tunecina. Se titula Entre las higueras y retrata una jornada de trabajo en el campo entre un grupo de hombres y mujeres explotados que no renuncian ni a la vida ni a la alegría. Sorpresa: en los títulos de crédito suena una versión singular de L’estaca . Fue la transición ideal para volver a la realidad y redescubrir a dos clásicos: los presidentes José Montilla y Mariano Rajoy. Montilla insistió en que la derecha quiere cambiar el rumbo progresista del Gobierno. Rajoy aportó materia prima para uno de esos memes que, de tanto explotarse para ridiculizarlo, acaba dignificando a quien se equivoca.
Hace unos días, en El País , el líder socialista por Valladolid, Óscar Puente, hacía una afirmación de cuñado: “Quien se quede en casa, después de que no se queje”. Tengo malas noticias para Puente: muchísima gente se quedará en casa y seguirá quejándose igual que si hubieran votado. Y es posible que, en un ataque inconfesable de mal perder (el cuñadismo es transversal y retráctil), tengamos que lamentar que algunos hayan ido a votar.
En Catalunya Ràdio, Albert Montilla, veintiocho años, debuta como presentador de El suplement de verano. Con el nerviosismo lógico de las primeras veces, hace una vigorosa proclama a favor de una alianza generacional y reclama confianza para los jóvenes. Su editorial transmite la impaciencia de un discurso largamente contenido avalado por la inercia demográfica. Es verdad: en pocos años se jubilarán unas cuantas generaciones de radiofonistas boomers , Mientras tanto, a las nuevas generaciones les toca darse cuenta de que es mucho más fácil hacer proclamas que mantener un buen ritmo de antena y, al igual que les pasó a sus predecesores, aprender a dominar la dicción, la espontaneidad, la lengua, el humor, el tono y la insondable energía que conecta con los oyentes.