Bond es mentira, pero Bourne es verdad

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Los agentes secretos siempre operan fuera de los estrictos límites del derecho y por eso cuando una operación encubierta es revelada no tienen padre, madre ni jefes

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LV_Bond es mentira, pero Bourne es verdad | Pedro Vallín

Al cine hay que ir con block de notas para entender lo que nos pasa. La característica fundamental del trabajo de los servicios secretos y sus agentes, sean de la CIA, del MI6, del KGB o, como los nuestros, de la TÍA, es que operan extramuros de la ley, ya sea esta estatal, continental, internacional o municipal. Es cierto que a veces lo hacen en limbos alegales, en los intersticios angostos y oscuros que hay entre lo legal y lo penal, pero esas grietas no son anchas, así que muy a menudo tienen que trabajar directamente fuera de los estrictos límites del derecho democrático. Por eso, en la letra pequeña de sus contratos, aunque a veces esté escrito con tinta invisible, siempre pone que si son cazados vulnerando la ley o son hechos prisioneros por potencias amigas o enemigas, ellos no tienen padre, ni madre, ni jefe, ni líder, ni compañeros. No conocen a nadie.

Esta es una de las mentiras más rutilantes de la serie James Bond, el famoso agente 007 de la inteligencia británica con licencia para matar. Porque, a pesar de que el jefe de Bond tiene un nombre en clave para proteger su identidad, M, nuestro querido espía machirulo se pasa más tiempo tomando whisky en su despacho con altos cargos de Interior y pegando pellizcos a su secretaria Moneypenny, que en misiones internacionales.

Mucho más creíble, aunque sea como metáfora del deber de discreción, es el funcionamiento del equipo de agentes de Misión Imposible. Porque Ethan Hunt (Tom Cruise en la pantalla grande) apenas conoce a su inmediato superior y a nadie más: el contacto con los jefes es telemático y a menudo con una sola persona. Además, las órdenes nunca están por escrito y si lo están se autodestruyen en unos segundos, generalmente de la forma más insólita y rocambolesca que se nos ocurra. Y muchos de ellos llevan dramáticamente una píldora de cianuro para suicidarse antes de revelar el nombre de un jefe o un compañero.

Algo muy parecido vemos en la serie de películas de Bourne, en la que el agente que le da nombre, Jason Bourne (o sea, Matt Damon) tiene una relación más que delicada con sus superiores al mando, al punto de que intentarán matarlo en varias ocasiones. De hecho, uno de los dilemas de identidad de todos estos personajes es que, a diferencia de 007, a menudo no tienen claro para qué agencia e incluso para qué país o intereses hacen los trabajos que hacen, que casi siempre son delictivos, cuando no directamente asesinatos por encargo. En El Topo, de Tomas Alfredson, basado en la novela de John le Carré, se ofrece un retrato más realista y burocrático de todo esto, y en Red de mentiras, de Ridley Scott, vemos Leo DiCaprio pasarlo realmente mal cuando su jefe en Langley, Russell Crowe, al otro lado del teléfono lo deja completamente colgado en Oriente Medio.

¿Qué nos explica esta maraña casi caricaturesca? Pues que los servicios de inteligencia, aunque imprescindibles, a menudo operan en defensa de la seguridad y en contra de la ley y por tanto, al asumir esas funciones, asumen también que si son descubiertos el marrón se lo comen ellos solitos. Todos los países modernos asumen esto: operaciones fraudulentas o criminales como el famoso Iran-Contra o Irangate, que consistió, resumiendo mucho, en que EEUU violaba su propio embargo de armas a Irán y realizaba operaciones de narcotráfico en Centroamérica y con los recursos obtenidos financiaba a la Contra nicaragüense, grupos paramilitares de ultraderecha que trataban de derrocar al gobierno de Nicaragua.

Los altos cargos del ejército y el gobierno estadounidense sabían lo que hacían, y como en todo país civilizado, sabían que si los cogían, tenían que apechugar. El teniente coronel Oliver North se comió ese marrón, admitió que él había ideado y dirigido la operación y lo hizo con el gesto gallardo que solo mantendría quien ha crecido en el país de Hollywood.

Ese es el acuerdo tácito, la hipocresía indispensable que toda sociedad desarrollada fija al asumir que existan servicios secretos que trabajen en defensa de su seguridad sin dar cuenta pública de sus actividades. Por eso resultó un poco decepcionante para el joven que yo era entonces escuchar a los policías Amedo y Domínguez culpar de las actividades del GAL a sus superiores, y hacerlo en el programa de Pepe Navarro, lo mismo que hace hoy el comisario José Manuel Villarejo en Lo de Évole, o lo que hizo el número dos del ministerio del Interior, Francisco Martínez, en sede judicial y parlamentaria contra el ministro Jorge Fernández-Díaz.

Dos consideraciones finales: el caso Watergate lo destapó The Washington Post, pero el escándalo Iran-Contra lo reveló un semanario libanés. Y aún así, el presidente Ronald Reagan se vio obligado a dar una rueda de prensa asumiendo que era cierto y aprobar la comisión de investigación. Y la segunda consideración, el teniente Oliver North realizó su solemne confesión precisamente en una comisión de investigación del Senado estadounidense. Y esto es todo lo que sé de Pegasus.

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