Amigos y enemigos de la monarquía

Para la Casa del Rey existe, a tenor de los hechos, una divisoria entre amigos y enemigos. Trazada la línea de cal quedan del lado de los merecedores de afecto PSOE, PP, Cs y Vox; mientras que en la columna de la animadversión figuran Podemos, ERC, JxCat, BNG o Bildu. Dado que la magnanimidad es un atributo propio de los reyes, uno espera del Monarca más ecuanimidad en el trato a sus súbditos, independientemente de la religión política que profesen.

Las reglas del juego son, o deberían ser, que los partidos pueden ser antimonárquicos, pero que el Rey no puede ni debe regalar deferencia alguna con sus actos a unas siglas determinadas. No ha sido así con la llamada que desde la institución se hizo para informar a los partidos que el Rey iba a publicitar su patrimonio y que el Gobierno aprobaría un real decreto para reforzar la transparencia y la rendición de cuentas de la Zarzuela.

Que entre los que no son dignos de atención esté Podemos es aún más inexplicable

Si el Rey tiene como objetivo recoser España de los múltiples rotos que colecciona, no solo el soberanismo, mala cosa es hacerle ascos a unas cuantas formaciones políticas y limitarte a contar entre los tuyos a los que no cuestionan la institución. Es a los ciudadanos a los que se debe el monarca y, lamentablemente, olvidándose de marcar algunos números de teléfono es a éstos a quien hace un desprecio.

La excusa que ha puesto la Casa del Rey para explicar la razón por la que ha actuado así –que cuando Carmen Calvo era vicepresidenta recalcó que solo cabía informar a los partidos comprometidos con la Constitución– es de una endeblez extrema. En todo caso, quien así actúa es la Zarzuela y es a ella a quien hay que exigirle que rectifique y entienda que constitucionales lo son todos. No es admisible, y seguro que no ha sido ese el objetivo, que desde la Monarquía se decida quién y quién no merece el rango de constitucionalista y qué formación política es merecedora y cuál no de una llamada para informar de un hecho relevante para la institución. Que entre los que no son dignos de tales atenciones figure un partido que forma parte del ejecutivo, como Unidas Podemos, es todavía más inexplicable.

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Felipe VI

Emilia Gutiérrez

Después resulta que, centrados en el fondo del asunto, tampoco hay para tanto. Porque lo que se ha querido presentar como una revolución y un avance extremo es más bien un ejercicio de calculada exageración. Es cierto que ahora sabemos que Felipe VI tiene ahorrada la redonda cifra de dos millones y medio. Y conocemos también que algunas de las iniciativas que él mismo Felipe VI ya había puesto en marcha en la Casa Real para dar pasitos en favor de la transparencia desde el inicio de su reinado se han formalizado ahora mediante un decreto ley. No vamos a quitarle mérito al esfuerzo pero convengamos que, a poco que queramos juzgar con honestidad lo aprobado, el impacto real es más bien limitadito tirando a limitadísimo.

La transparencia aplicada a la Casa del Rey que se nos ofrece con la nueva reglamentación obliga al ciudadano a seguir militando en un ejercicio de fe incondicional para creer a pie juntillas aquello que quiera comunicársele a modo de dádiva informativa. No puede justificarse pues una campaña publicitaria a cuenta de la regeneración de la monarquía con los escasos mimbres del real decreto aprobado por el Gobierno. Mejor algo que nada, cierto. En eso llevan razón los optimistas.

Deberíamos tratarnos decididamente como adultos. Si se considera que por el bien de España y de su estabilidad que la monarquía debe seguir disfrutando de espacios de opacidad más amplios que los del resto de instituciones dígase claramente y defiéndase con argumentos. Eso sería razonable e incluso intelectualmente enriquecedor para el debate público. Pero lo que no vale es convertir una mano de pintura en una reforma integral. Del fin de la inviolabilidad, la gran promesa que sí hubiese supuesto un paso de gigante para la regeneración de la Corona, ya ni escribimos una sola línea. Ha dejado de estar en el horizonte si es que alguna vez lo estuvo. Y eso sí que es una mala noticia. Para la Corona, digo.

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