Justo antes de abrir la puerta del año nuevo, la prensa repasa los hechos más destacables del año vencido. Hay quien aprovecha esta evaluación para plantear críticas y diagnósticos. Hay quien moraliza. La autocrítica no es habitual, aunque quizá debería ser la función primera.
De todo lo sucedido, ¿qué cuota de responsabilidad me corresponde? Pienso esto después de que un amigo me haya escrito, extrañado por una frase de mi artículo del pasado lunes, que considera injusta. Situada en el contexto de mi desconcierto por la llegada de la sexta ola de covid, la frase era, ahora lo veo (y lamento que ya sea tarde), no solo injusta, sino despectiva. “Argimon enseña mejor sus americanas que los conocimientos médicos”. A veces, la vanidad nos empuja a hacer el graciosillo. La frase que dediqué al consejero Argimon, además de injusta y despectiva, es estúpida. Me avergüenzo de ella. Supongo que siempre es mejorable la labor de un consejero de Sanidad en plena pandemia, pero es evidente que quien se atreve a ensuciarse las manos dirigiendo la sanidad en un momento tan dramático, merece, quizá crítica, sí, pero también respeto y admiración por la valentía de aceptar tan alta responsabilidad en un momento penoso y difícil.
La irritación crece en paralelo a la covid: necesitamos rearmarnos de respeto
La crítica tiene que ser tan dura como se crea honestamente conveniente, pero nunca debería implicar juicios de intención frívolos. No deberíamos caer en la hostigación gratuita. Nada más estúpidamente hiriente que el humor, la ironía o el sarcasmo construidos sobre el físico o la indumentaria de una persona. Ciertamente: existen tradiciones literarias que sacan gran provecho del aspecto de las personas satirizadas. En España (Catalunya incluida), esta tradición empezó con Quevedo (el célebre soneto sobre una nariz judía no es el más ácido de sus sarcasmos). Quevedo era un genio. Se puede escribir muy bien a partir del sarcasmo hiriente. Pero yo soy más partidario de Cervantes, que podía ser muy irónico con sus personajes, pero siempre integrándolos en un contexto cariñoso. Si yo proclamo siempre la necesidad de la empatía, la inclusión y el respeto por las posiciones ajenas, no debía haber caído en el error de la frase citada, indigna no ya del estilo de escritura que persigo, sino de mi posición ética.
Hago de ello pública autocrítica. No habrá sido mi único error de un año que ha vuelto a ser muy duro, que nos ha encerrado un poco más en nuestra cárcel psicológica, que nos ha hecho algo más intolerantes, exigentes, malhumorados. La irritación crece en paralelo a la covid. Necesitamos rearmarnos de paciencia y respeto para resistir esta época tan extraña que nos ha tocado vivir. Por eso, además de pedir disculpas por mi resbalón, hago propósito de enmienda mientras deseo que el 2022 sea para todos nosotros algo más simpático y generoso que el año vencido. Empezará como un aguafiestas, pero es posible que acabe mejor de lo que ahora esperamos. ¡Ojalá!