Así está cambiando el cuento: en las últimas elecciones generales había tres partidos de derecha, si Ciudadanos permite que se le incluya en esa ideología. El reparto de votos entre los tres fue una de las causas, no la más importante, de su derrota.
Hoy se empieza a perfilar una fuerte división de la izquierda, aunque en este momento compartan el poder: en el primer puesto, el Partido Socialista con todo su poderío, pero con todo su desgaste; en dura competencia, Unidas Podemos, que todavía no progresa ni es una amenaza en las encuestas de intención de voto, pero pelea por la identidad social y cuenta con un valor de alta aceptación demoscópica, que es Yolanda Díaz por designación hasta ahora no discutida de Pablo Iglesias. Sus contactos para la creación de un bloque de auténtica izquierda indican que prepara una alternativa potente.
Esta perspectiva es la que está condicionando la acción de gobierno y es el auténtico peligro para Pedro Sánchez. ¿Más que el crecimiento del Partido Popular? Sí, porque Moncloa confía en que la recuperación económica, el nuevo equipo gobernante, los fondos europeos, la explotación de la crispación conservadora y, sobre todo, el miedo a una alianza con la extrema derecha le impedirán a Casado cosechar el voto de la moderación. Es más: aspira a arrinconar al PP mediante la ocupación de la centralidad política, salvo fracaso estrepitoso en la evolución de la cuestión catalana.
La pelea con Unidas Podemos es otra cosa. Es una pelea desgarrada por el voto de izquierdas. Lo hemos visto esta semana con esas acusaciones que se podrían hacer a Aznar o Rajoy: el PSOE está vendido al Ibex y a las eléctricas, que tiene que ser lo más doloroso para Sánchez.
En el orden práctico, ahí está la proposición de ley de Podemos para crear una empresa pública de energía y las iniciativas de poner topes a los precios de la electricidad.
Y, en cuanto al discurso político, asistimos al insólito espectáculo de que una ministra, Ione Belarra, desmiente los argumentos europeos de la vicepresidenta Teresa Ribera. Si después de esto se mantiene el pacto de coalición, es por pura necesidad de supervivencia, no por coincidencia de programa. Ya se puede hablar de dos Consejos de Ministros.
No parece un episodio aislado. Si hay indisciplina, incluso deslealtad gubernamental, es porque se está mentalmente en las elecciones; en las municipales, en las autonómicas y en las generales. Pedro Sánchez lo sabe, lo sabe mejor que nadie, y por eso alumbró el nuevo eslogan de la “Recuperación justa”. Lo saben también los ministros de su partido, y por eso a Teresa Ribera le salió del alma la comparación: “Sé que mis compañeros (de Unidas Podemos) tienen una alta sensibilidad social, pero yo también la tengo”. Y se sabe en toda la estructura del PSOE y por eso comenzó una renovación discreta de cargos que de momento afectó a los portavoces en el Congreso y en el Ayuntamiento de Madrid. A Pedro Sánchez se le presenta, por tanto, un interesante desafío: seducir al mismo tiempo a la España de la moderación y a la izquierda real. El riesgo es la esquizofrenia.
Rescoldos. Se van conociendo detalles de la crisis de Gobierno. Por ejemplo, el agravio de José Luis Ábalos: “No sentí el cese; me dolió que me dieran unas horas para dejar el despacho”.
Poderes. Si el Gobierno central y el de Murcia discuten quién es culpable del desastre del mar Menor, es que el Estado de las autonomías no está bien rematado. Lo menos que se puede saber es a quién se debe meter en la cárcel.
Garzón. Si es cierto, como se publicó, que Baltasar Garzón factura 7,5 millones de euros al año como abogado, hay que quitarse el sombrero. Y no por lo que gana, sino por su disposición a perderlo como juez. Eso es vocación.
Irene. Para ardor feminista, el de la ministra de Igualdad al comparar el trato de los talibanes a la mujer con el recibido en España. Hay que ser indulgente y disculparla: todo el mundo sufre algún arrebato de pasión.
Títulos. Lamento de un monárquico de pedigrí: se empieza retirando la foto del rey en un ayuntamiento, se sigue por quitar su nombre de una calle, se pasa por excluirlo de los títulos universitarios. Un paso más y solo queda para las audiencias.
Mariano. Tiemble Fernando Aramburu: tendrá un sólido competidor en las librerías. Hay segundo libro de Mariano Rajoy. Habrá que leerlo para saber si es ensayo, memorias o se ha decidido por la ficción. Fuera del Gobierno no es lo mismo.