Dos años y medio ha tardado ERC en asumir que la senda que emprendió al apoyar la moción de censura de Pedro Sánchez implicaba un compromiso con la continuidad del gobierno de izquierdas en España. Los altibajos en este tiempo han sido constantes, incluida una repetición de las elecciones. Aunque la relación no va a ser un camino de rosas, la aprobación del presupuesto con el apoyo de los independentistas de Oriol Junqueras marca un antes y un después en la política española y también en el convulso panorama catalán.
Esquerra ha querido que su respaldo a las cuentas se produjera cuanto antes para alejar el gesto a favor del Gobierno central lo máximo posible de las elecciones. Junts lo utilizará para acusar a los republicanos de venderse por un plato de lentejas, de volver al autonomismo después de toda “la represión” sufrida. Quim Torra ya tuiteó esta semana que uno de “los honores más grandes” de haber sido president consistió en “tumbar” los presupuestos anteriores. Para Junts, el enfrentamiento con el Estado se ha convertido en un certificado de autenticidad independentista. Y a ERC no le resulta fácil neutralizar ese relato.
Es cierto que el acuerdo presupuestario mejora poco las cifras de inversiones y transferencias de aquellas cuentas que ERC rechazó y que precipitaron la repetición electoral del 2019. Aunque no desean que el pacto marque la campaña electoral, sí esperan disponer cuanto antes de las partidas concretas para poner en marcha la maquinaria territorial del partido y pregonar inversiones por pueblos y ciudades.
La pandemia sitúa a la gente ante necesidades más acuciantes. Las encuestas de que disponen los republicanos indican que la población es muy consciente de que ERC tiene un papel relevante en áreas de gobierno críticas, como salud, educación, residencias y ayudas sociales. Para bien y para mal. Y sin recursos, siempre será para mal. La salida de Torra de la presidencia dejó a Junts sin un referente claro en el Ejecutivo, de forma que los electores pueden identificar más a ERC como partido de gobierno, pero también como responsable de pifias y carencias. Este fue precisamente el objetivo de Carles Puigdemont cuando apostó por alargar al máximo la legislatura: dejar que ERC se cociera al fuego lento de la pandemia y la crisis económica.
De ahí que haya algunos en Junts que confíen en que el virus retrase aún más la fecha electoral del 14 de febrero. Los de Puigdemont eligen hoy a su candidato en primarias entre el conseller Damià Calvet y la diputada Laura Borràs. El primero, con un perfil más tecnocrático, podría competir con el de Pere Aragonès, y la segunda goza de más popularidad con una apuesta por el choque con el Estado. Sea cual sea el candidato –más incluso si es Borràs–, ERC tendrá que combinar el pragmatismo con una cierta inflamación de la reivindicación independentista. Y para eso también espera contar con la presencia de Junqueras gracias a los permisos penitenciarios. Los posibles indultos quedan para después de las elecciones, ya que perjudican tanto a Esquerra como a los socialistas, puesto que aparecerían como contrapartida a la aprobación de los presupuestos.
De aquí a las elecciones, los republicanos acentuarán el discurso independentista para combatir a Junts, pero lo cierto es que el acuerdo con el Gobierno de Sánchez abre una dinámica muy diferente por parte de ERC, que está dispuesta incluso a abrir el melón del modelo fiscal entre autonomías, algo similar a lo que hizo en su día CiU con el IRPF. Los republicanos han pasado de ausentarse o enviar representaciones técnicas a los órganos multilaterales entre el Gobierno central y las autonomías a implicarse en la armonización de impuestos para evitar la “competencia desleal de Madrid”. Un paso que no podrá darse sin entrar también a discutir la financiación autonómica. Se trata de la admisión implícita de que la independencia no está a la vuelta de la esquina y, hasta entonces, hay que gobernar una autonomía.
Parte del independentismo entra así en una nueva fase. Primero explotó el discurso del “España nos roba” para convencer a votantes menos seducidos por la identidad nacional. Después llegaron los años de la bandera como argumento primordial. Y ahora se vuelve al bolsillo, en un reproche del tipo “el PP de Madrid nos roba, no solo a Catalunya, sino también a otras autonomías”. Si el procés eclosionó por el bolsillo, el giro hacia la economía abre ahora una oportunidad para dialogar. Los sentimientos de identidad son material poco propenso a la negociación, mientras que el reparto de recursos sí lo es, por más que suscite airadas peleas. Las elecciones despejarán en qué punto entre la bandera y el bolsillo se ubica el electorado independentista.