Andalucía no es Andalucía

Agencias

En efecto, Andalucía ya no es Andalucía. O ha dejado de ejercer de Andalucía, que viene a ser lo mismo. Hace años que Andalucía dejó de existir como sujeto político y hoy de nuevo se nos presenta como el baluarte del Madrid cañí, de la capital refugio lujoso de corruptelas, cloacas y poderes fácticos. Andalucía también ha dejado de ser España para convertirse en la subalterna de Madrid, capital devenida en ciudad Estado que vuelve a tener a Andalucía como la criada analfabeta y chistosa de las películas de Alfredo Landa, Fernando Esteso o Juanjo Menéndez. Chacha de la caspa madrileña como en los tiempos de la dictadura franquista.

Debemos aclarar que Andalucía existe ¡y con qué fuerza! como realidad social y como identidad cultural. Pero durante casi cuarenta años, el PSOE se ha ocupado de ir frustrando todo aquel sueño de futuro, aquella ansia de transformación y de ­justicia, de reparación histórica, que albergaban los cientos de miles de manifestantes del 4 de diciembre de 1977 o los millones de votantes a favor del derecho a decidir de aquel referéndum ejemplar del 28 de febrero de 1980. Diluyeron las ilusiones, lenta e inexorablemente, en beneficio de la perpetuación en el poder y para mayor gloria ¡ay! de andaluces como Felipe González, Alfonso Guerra, José Rodríguez de la Borbolla, Manuel Chaves, José Antonio Griñán y Susana Díaz.

Madrid, capital devenida en ciudad Estado, vuelve a tener a Andalucía como una criada analfabeta y chistosa

Como andaluces, clamamos contra esos dirigentes del PSOE principalmente por este expolio político del pueblo andaluz, por este desfalco alevoso del potencial de transformación social que atesorábamos en los inicios de la década de los años ochenta y nos impelía hacia un futuro mejor. Porque ese ha sido el capital más valioso del que hemos dispuesto en nuestra historia reciente. Saqueo más dañino para nuestro presente y para nuestro futuro que todos los casos de corrupción o que el clientelismo político que tanto se les reprocha, y con razón. Al desarmar la identidad política de los andaluces, nos han robado el proyecto, el ideal, el horizonte al que dirigirnos. No hay mayor estafa. Y como remate, en los últimos tiempos, Susana Díaz ha abierto la puerta de par en par a la de­recha y a la extrema derecha, alentando el españolismo carpetovetónico al grito de “a por ellos”. Por supuesto, “ellos” son los catalanes.

¿Y ahora qué tenemos? Ahora, tenemos a una Andalucía que ni está ni se la espera en el debate sobre el reparto de los fondos Covid-19 de la UE para la reconstrucción. Una Andalucía que ni está ni se la espera en la palestra que perfile el futuro modelo territorial que necesariamente debe hacerse. Que no importa si quiere monarquía o república. Lo mismo que nadie va a defender los intereses de Andalucía en el futuro corredor mediterráneo o en cualquier otro foro donde se vaya a dilucidar el porvenir de los trabajadores, agricultores, industriales, comerciantes, estudiantes, profesores, sanitarios…, en definitiva, de los ocho millones de andaluces y andaluzas que habitamos esta hermosa y maltratada tierra. Y eso es así, sencillamente, porque Andalucía ha dejado de existir como sujeto político.

Horizontal

Emilia Gutiérrez / ARCHIVO

Consecuencia de lo anterior es el claro alineamiento de Andalucía con las posiciones más retrógradas del Madrid reaccionario y españolista. Las derechas, con toda su capacidad demagógica y guerrera, han concentrado sus fuerzas en Madrid para disparar contra Catalunya y, ahora, contra el Gobierno de España, lo mismo que hace el independentismo unilateral catalán, parte del cual empieza a barruntar un propósito de enmienda, aislado del mundo e ignorante de los límites estructurales en su propio territorio. Ellos también confunden Madrid con España. Andalucía, por su bien, no puede ser parte madrileña ni parte catalana de esa guerra contra el actual Gobierno de España. Andalucía tiene sus intereses y, en consecuencia, debe tener su estrategia y sus propuestas propias.

Porque Madrid no es España, obviamente. Lo dice la reciente encuesta de 40dB: directa e indirectamente, España es progresista, federalista y republicana. Y el futuro federal y republicano lo está dibujando el triángulo País Valencià (PSOE-Compromìs-Unidas Podemos), Galicia (PP) y Euskadi (PNV-PSOE). Nótese, entre paréntesis, los diferentes gobiernos actuales de las tres comunidades, cuya suma poblacional no llega a los diez millones, el 21% de la población española. Ximo Puig lo está diciendo una vez y otra: hay que quitar poder a Madrid, hay que compensar el efecto capitalidad, hay que impedir el dumping fiscal, hay que descentralizar las instituciones del Estado, hay que cambiar el modelo radial por un modelo en red, hay que avanzar en justicia territorial. Federalismo.

Lo dice el presidente de la Comunidad Valenciana cuando debería decirlo Andalucía, la comunidad autónoma con más paro, precariedad, desigualdad, pobreza y con mayor dependencia del turismo y menor tejido industrial. Pero eso ocurrirá ­únicamente el día que Andalucía deje de ser subalterna de ­Madrid. Entonces volverá a li­derar la configuración del modelo de Estado en beneficio de las y los andaluces, tal y como lo hizo en la transición. Las condiciones materiales, geográficas, geo­políticas y formativas de sus gentes son inmejorables para romper con la dependencia del poder central y alumbrar un futuro con energías renovables, industrialización verde, agroecología, industria cultural y reforzamiento del papel de los servicios públicos y la economía de los cuidados.

Pero Andalucía se ha atado al cuello la soga del centralismo, de la monarquía (ya lo hizo con el PSOE de González, Guerra, etcétera) y del españolismo ultramontano que finalmente ha puesto alfombra de lujo a la irrupción de la extrema derecha. Porque ahora resulta que somos más monárquicos que nadie. O tan monárquicos como los madrileños. Lo recoge la citada encuesta de 40dB. Andalucía opina lo mismo que Madrid. El 31,5% del electorado andaluz votaría por la república, como lo haría
el 32,2% del electorado madrileño. El 43,1% de Andalucía y el 46,3% de Madrid se decanta por la monarquía. Indecisos, blancos y abstenciones sumarían en Andalucía un 25,4% y en Madrid
un 21,5%. En cambio, la ciudadanía electoral española en su conjunto es más republicana que monárquica, el 40,9% frente al 34,9%.

Una mirada minuciosa a esa encuesta permite deducir que el sentimiento republicano está vinculado al progreso, la izquierda y los derechos democráticos, en tanto el sentimiento monárquico está vinculado al conservadurismo, la desigualdad y los privilegios. El electorado de PP, Vox y Ciudadanos es mayoritariamente monárquico, en tanto el electorado de las izquierdas y las opciones soberanistas, nacionalistas, confederalistas o federalistas es mayoritariamente republicano. Es verdad que los andaluces y las andaluzas están menos preocupados por el destino de la monarquía que por el paro, la precariedad laboral, el destrozo de la sanidad pública y la pérdida de fuerza de la educación pública, con el consiguiente incremento de la desigualdad estructural. Pero la pregunta pertinente aquí es qué hace Andalucía alineada con la anacrónica institución cuando, y los encuestados lo dicen mayoritariamente, es una institución de derechas y no de derechos.

En definitiva, una España progresista pasa por una Andalucía progresista. Mientras los gobiernos catalán y madrileño pelean contra el Gobierno español de coalición, si Andalucía tuviese un ejecutivo que representase verdaderamente a sus ciudadanos se sumaría al triángulo formado por la Comunidad Valenciana, el País Vasco y Galicia. Ese cuadrángulo representaría casi la mitad de la población del Estado. La deserción del Gobierno de derechas que sufre Andalucía debe llevar a las izquierdas an­daluzas a trabajar con esa perspectiva territorial estratégica (progresista, federal y de calado republicano), buscando alianzas para reforzar las políticas eco­nómicas, sociales y territoriales más avanzadas del Gobierno ­español. Otra cosa será seguir instalados en la Andalucía inexistente de la que hablábamos al principio, imbuidos en el ­papel de chacha del Madrid más rancio enfrentado con Cata­lunya. Alineados con el centralismo carca que perpetúa nuestro atraso.

Firmantes: Mario Ortega Rodríguez, químico, doctor en ciencias ambientales; Lilián Fernández, profesora de filosofía de la Universidad de Granada; Francisco Garrido Peña, profesor de filosofía de la Universidad de Jaén; Antonia Agudo González, abogada; Manuel González de Molina, catedrático de la Universidad de Pablo Olavide; Rubén Pérez Trujillano, jurista y Pilar Cuevas, licenciada en historia.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...