Mamparas en los escaños, mascarillas en la cara, gel hidroalcohólico en las manos y tribuna de invitados sin público. En el primer pleno del Parlamento gallego desde que se declaró la pandemia todo era ayer diferente, aunque en el hemiciclo se viviese un viaje al pasado, con un PP de Alberto Núñez Feijóo tan fuerte como el de Manuel Fraga de 1997 y una Cámara legislativa de solo tres grupos por primera vez desde el 2012, cuando irrumpió la Alternativa Galega de Esquerda (AGE), liderada por Xosé Manuel Beiras y Yolanda Díaz, con Pablo Iglesias de asesor. Suponía la avanzadilla de lo que después se llamaría la nueva política, al trasladar por primera vez la indignación del 15-M a las instituciones.
En realidad AGE era una formación tan clásica que a los dos años empezó a tener escisiones. Su sucesora, En Marea, ya con Podemos en escena, también se fracturó, de manera que el Parlamento gallego acabó las dos últimas legislaturas con cinco grupos, los cuatro salidos de las urnas y el mixto. Ayer, tras las elecciones del 12 julio, recuperó el formato a tres, el más clásico, el de las legislaturas de 1993, 1997, 2001, 2005 y 2009. Es el más compacto que puede existir en un cámara legislativa en la que siempre hubo por lo menos un partido nacionalista.
Al no tener 15 escaños, el PSOE depende del BNG para presentar las iniciativas de gran calado parlamentario
Solo en Castilla-La Mancha hay únicamente tres fuerzas, fruto de la reforma electoral de Dolores de Cospedal que dejó a Vox y a Podemos sin diputados con un 7% cada uno. En Galicia son extraparlamentarios los comunes, pero con un 4% escaso. Y en Santiago no hay nada parecido a un oasis del bipartidismo con una pequeña presencia de Cs como en Toledo, sino que el nacionalismo gallego está en su máximo, con los 19 escaños del BNG de Ana Pontón. Ayer toda la mesa de edad estaba compuesta por diputados del Bloque, uno de ellos con la chaqueta de Alcoa, cuyos trabajadores se manifestaban en el exterior.
Fue un fugaz hermanamiento nacionalista con Catalunya y Euskadi, un espejismo que duró hasta que se contaron los votos y el PP impuso sus 42 escaños, uno más que hace cuatro años, en la que es su octava mayoría absoluta en once legislaturas, la cuarta consecutiva. Los diputados populares eran identificables por lucir como único signo externo su aplastante dominio numérico, mientras los del PSOE llevaban rosas, y los del BNG, los claveles de la revolución portuguesa y el libro Sempre en Galiza de Daniel R. Castelao, con los que acataron la Constitución por “imperativo legal”. Siguieron el ritual instaurado por Beiras en 1985, justo ayer, el día en el que el BNG dejaba definitivamente atrás el trauma que le supuso la escisión de su antiguo líder.
En el juego clásico de ir intercambiando los roles de los partidos de la oposición que alimentan el PP y sus poderes mediáticos afines para blindar el statu quo, en el hemiciclo de la compostelana rúa de O Hórreo hay desde ayer un cambio significativo, el de la preponderancia que le otorga al BNG el haber superado la barrera de los 15 escaños. Puede pedir comparecencias y plenos, solicitar comisiones o presentar mociones de censura, mientras el PSOE, con sus 14 diputados, no puede hacerlo sin contar con los nacionalistas. El Bloque hizo un gesto de buena voluntad, al recuperar la tradición de ceder uno de sus dos puestos en la Mesa al PSOE. Y Feijóo mantuvo como presidente de la Cámara a Miguel Santalices, afín al barón de Ourense José Manuel Baltar. Diego Calvo, afín a Pablo Casado, continúa de vicepresidente primero, sin tocar poder en la Xunta.