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Sin señales de estabilidad

Se le reprochó a Quim Torra, este escribidor también, que la Generalitat gobierna poco. Algo parecido se le podría decir al Gobierno central: entre precampañas, campañas, jornadas de reflexión, elecciones, digestión de elecciones y ahora negociación de los pactos, la gerencia de los asuntos públicos está paralizada. La verdad es que está paralizada desde que los presupuestos no se pudieron aprobar. Se despachan los asuntos ordinarios, los que atiende la Administración por oficio, pero no hay iniciativas nuevas, ni propuestas legislativas, ni otras reformas que no sean las que están redactadas en el programa del PSOE, pero sin seguridad ninguna de que las pueda aprobar. Sabemos que existe el Gobierno porque hay tres ministros que hablan: Isabel Celaá, porque es su trabajo; Nadia Calviño, porque siempre hay algo económico que comentar, y José Luis Ábalos, que Pedro Sánchez utiliza como mensajero para enviar recados a Pablo Iglesias.

Pedro Sánchez

EFE

Supongo que es lo normal en cada periodo electoral. Lo que ocurre es que ahora ese periodo ha sido doble. Y tampoco es necesariamente negativo: cuando más creció la economía después de la crisis fue cuando Mariano Rajoy empezaba su segunda etapa, pero en la práctica no había gobierno. Lo que ocurre es que, tal como se están llevando las conversaciones para la formación de mayorías, no se envían a la sociedad señales de estabilidad. De la formación del gobierno se habla mucho, pero no se avanza nada. Pablo Iglesias expuso ayer en Sitges su programa para la coalición con la que sigue soñando, y la ministra Celaá le responde con doctrina Ábalos: la coalición no se contempla. Y, en el ámbito municipal y autonómico, ­todo parece más una conquista de plazas, una resistencia numantina y una colo­cación de personas, que una elaboración de programas conjuntos para el contribuyente.

En la parte política, parecía que se podría romper el esquema de bloques ideológicos con que se llegó a las urnas, pero ha sido una falsa impresión: al final, el apareamiento se perfila entre afines, y las propuestas de Manuel Valls y Íñigo Errejón no se encaminan al éxito. Los bloques siguen existiendo y, salvo excepciones territoriales, han venido para quedarse. Es lo que se ha dicho muchas veces: son los sucesores del bipartidismo, que sigue existiendo, pero cambia de vestuario. Sólo son matizados por el independentismo, que tiene vida propia –“más fuerte que nunca”, dice Torra–, y es lo único que queda de transversal a medida que se concentra en ERC y se diluye el PDECat.

Y así llegamos hoy a junio. Quedan aún quince interminables días para ver la formación de mayorías municipales y autonómicas. Si Sánchez está esperando al cierre de los pactos ­para cerrar él su mayoría gobernante, casi nos metemos en vacaciones. No será un año perdido, porque hemos efectuado una renovación de gran parte de la clase política. Pero sí lo será a efectos de gobernación y de imagen de estancamiento. Eso sí: la vida sigue, la economía aguanta, salvo en los sobresaltos que provoca Trump, y no se perciben síntomas de indignación que no hubiese hace un año. A falta de gobierno, funciona la sociedad.