Pancho Villa en las Cortes
Lo más positivo del comienzo de legislatura ha sido el “tenemos que hablar” de Oriol Junqueras a Pedro Sánchez. No sabemos qué le quiere decir el líder de Esquerra al presidente. Tampoco sabemos cómo y dónde podrían mantener una conversación, porque no es imaginable un recluso negociando en la Moncloa y mucho menos un jefe de gobierno negociando en una prisión. ¡Está la derecha española para contemplar una escena similar! Pero el líder del partido que tiene más votos en Catalunya quiere hablar y para eso están los intermediarios. Si este cronista fuese Sánchez, estaría ansioso por conocer la oferta o las pretensiones de Junqueras. Sobre todo, desde que su partido quiere representar el pragmatismo en la aspiración soberanista.
Lo demás –y no pienso en los juramentos ni en los pateos– ha sido deprimente. Hemos visto y oído cómo a Meritxell Batet se la situaba en el bando independentista, como si fuese una camuflada de Carles Puigdemont. Se le hicieron reproches que nadie le había hecho cuando era ministra. ¿Y saben qué significa eso? Que hay un sector de la clase política estatal instalado en la intransigencia. Hemos visto y oído también cómo se le reprocha a Inés Arrimadas que haya saludado a los procesados, como si la cortesía fuese algo que hay que desterrar del Parlamento. Y hemos escuchado cómo se deslizaron insinuaciones contra Manuel Cruz por el delito sanchista de hacer que un federalista ocupe la presidencia del Senado. Ambos, Batet y Cruz, acaban de ingresar en la amplísima nómina de los sospechosos que vigilar.
Estas actitudes se quedarán en anécdotas intrascendentes si a Esquerra o a cualquier independentista se le ocurre votar a Sánchez el día de la investidura. Entonces se hablará de entreguismo a los golpistas y se acusará otra vez al presidente de haber traicionado a no sé qué. Las consecuencias serán que el independentismo oportunista encontrará nuevas razones para airear el invento de la catalanofobia, volverá a hablar de fascistas si es que alguna vez dejó de hacerlo y aprovechará para alimentar los argumentos del odio, que peligrosamente asoman en algunos de sus discursos.
Y lo más penoso es que los defensores de la cohesión territorial cada día se parecen más al ejército de Pancho Villa. Tal como se pronuncian, con Catalunya como eje de su lucha por el liderazgo de la oposición, ya mataron la unidad constitucionalista. Ya no se puede hablar de un pacto de Estado sobre Catalunya, con el que tantas bocas se han llenado. Es tal la diferencia de criterios entre Sánchez y Casado y Rivera, por no citar a Abascal, que la unidad españolista ha dejado de existir. Cuando se invoca el diálogo, dan ganas de decir a esos constitucionalistas, empezando por Sánchez, a quien corresponde la iniciativa política, que empiecen a dialogar consigo mismos. Es decir, que empiecen por ponerse de acuerdo en qué quiere decir cada uno cuando habla de Estado español.