Jordi Sànchez: el apóstol secundario
Candidatos de película
La vocación política del candidato de Junts per Catalunya abarca momentos de furor evangelizador y de praxis misionera. Desde Soto del Real, no renuncia a hacer proselitismo
Fe, compromiso y sacrificio son características que comparten la historia de la rebeldía laica y la del cristianismo unplugged. 1964. Se estrena El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini, y nace Jordi Sànchez, cabeza de cartel de JxCat. Que el candidato encarcelado naciera el 1 de octubre promete carambolas retrospectivas. Quien no crea en el poder del azar, pues que no siga leyendo.
Pasolini tenía dudas para el papel de Jesús y pensó en un poeta (Yevgueni Yevtushenko o Allen Ginsberg), en un novelista (Jack Kerouac o Luis Goytisolo), hasta que eligió a un sindicalista catalán de diecinueve años. Había nacido en Barcelona y se llamaba –se llama– Enrique Irazoqui. Irazoqui se resistió porque pensaba que filmar una película sobre la Iglesia era perder el tiempo en épocas de urgencias antifranquistas. Pero al final se sobrepuso a sus escrúpulos de pequeñoburgués y se dejó convencer.
Desde el origen de su vocación, Sànchez se ha movido en lugares que no son estrictamente de primera fila
Este compromiso con proyectos que te superan a través de los ideales también marca la vida de Jordi Sànchez. Igual que San Mateo, pasará a la historia por una combinación de prurito evangelizador y pasión misionera. Sus adversarios siempre le recuerdan su paso por la Crida (la primera; a la segunda se la llevó el viento), cuando, también con diecinueve años, reclamaba una negociación del Estado con Herri Batasuna, que no sería el colmo de la ejemplaridad democrática. Entonces el entusiasmo de Sànchez era más el de un activista con excedentes quinquenales de energía que el del negociador superado por las circunstancias que, en la concentración del 20 de septiembre del 2017 (a causa de la cual está en prisión preventiva), intentó desconvocar lo que unas horas antes había intentado controlar. Esta ambivalencia entre el activismo y la política le ha creado problemas. Es más: hay expertos en procesismo que, observando el lenguaje no verbal que desfila por los banquillos de los acusados del Tribunal Supremo, sostienen que eso lo ha distanciado de Jordi Cuixart.
Cuando Pasolini hizo la película, sus camaradas comunistas le llamaron de todo. Entendían que su evangelio era demasiado fiel al original y que desprendía un tufillo excesivamente pactista y poético. La noche más trascendente de la vida pública de Sànchez le pasó algo parecido: por una parte, lo insultaban por desconvocar la revuelta que actuó como telonera del 1-O; por otra, intentó la cuadratura del círculo de ser al mismo tiempo manifestante y pacificador de una subversión (hoy la llamaríamos disrupción) que ya veremos cómo termina. A diferencia del Jesús de la película y de Pasolini, Sànchez pudo, igual que Irazoqui, ordenar parte de su vida y situarse en lugares de responsabilidad pública, como la Sindicatura de Greuges o la presidencia de la ANC. Desde el origen de su vocación, sin embargo, se ha movido en lugares que no son estrictamente de primera fila, ya sea como apóstol del carisma operístico de Àngel Colom, contribuyendo al canibalismo colegiado de Iniciativa, a rebufo del rebufo del rebufo de Rafael Ribó, compartiendo tensiones movilizadoras con Jordi Cuixart, o ahora, designado cabeza de lista gracias a la estrategia diseñada por Carles Puigdemont desde Waterloo. Es una estrategia que, a diferencia de la de ERC, no deja claro si el mejor candidato es el número uno o la número dos.
Irazoqui fue menos épico. Consciente de que sólo podría ser Jesucristo durante unas semanas y que la España franquista no era el mejor destino para ser un mártir revolucionario, se fue a vivir a EE.UU. y se convirtió en una autoridad en materia de ajedrez. Tanto que, cuando volvió, organizó campeonatos en Cadaqués, donde jugó contra Marcel Duchamp y John Cale y contra algunas computadoras de cuando las computadoras no daban tanto miedo. El Evangelio según San Mateo habla de una nueva comunidad y apela a la fraternidad y al servicio mutuo, igual que el programa de JxCat. Las coincidencias entre la buena voluntad evangélica y el ideario independentista de un candidato marcado por su condición de preso más que por su patrimonio político apelan a una exigencia de justicia, aunque esta se formule con una retórica poco épica y formalmente monocorde.
Más allá del corto plazo electoral, el futuro de Sànchez dependerá más de una compleja partida de ajedrez (en la que él es más alfil que torre) que del impulso idealista que ha marcado su vida. En pleno rodaje, a Irazoqui le alucinaba que se le acercaran habitantes de pequeños pueblos de Calabria pidiéndole que hiciera milagros, que es lo que el independentismo suele exigirle a sus líderes. Irazoqui intentaba hacerles entender la diferencia entre realidad y ficción y, al no conseguirlo, encendía un cigarrillo y les decía: “¿Lo veis? Jesucristo no fumaba”.