* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
El revés en la clasificación de Chile como una "democracia defectuosa" en el último informe de The Economist ha encendido las alarmas en el panorama político nacional. Este cambio, tan rápido como sorprendente, nos obliga a mirar más allá de las cifras y a examinar críticamente el estado de nuestra democracia.
Desde una perspectiva interna, la caída en la categoría democrática no puede ser simplemente descartada como un hecho aislado. Es un indicador preocupante de posibles deficiencias en nuestras instituciones y prácticas democráticas.
En cuanto a la priorización de esfuerzos, es fundamental enfocarse en el análisis exhaustivo de políticas públicas para identificar áreas de mejora tanto en la legislación como en su implementación, ya que esto es crucial para garantizar el correcto funcionamiento democrático.
Proteger y fortalecer nuestras instituciones democráticas es indudablemente pertinente en este momento crítico. Sin embargo, es imperativo implantar que sus acciones políticas concretas y coherentes.
Es importante comprender el comportamiento político de la ciudadanía y fomentar la participación y legitimidad democrática a través de estrategias informadas por datos concretos.
El informe también plantea desafíos significativos desde una perspectiva internacional. Como miembro de la comunidad internacional, Chile está sujeto a ciertos estándares y principios democráticos establecidos por tratados y convenciones internacionales. El respeto a los derechos humanos, la preservación del Estado de derecho y la realización de elecciones libres y justas son elementos de vital importancia y constituyen requisitos sine qua non para el funcionamiento adecuado de cualquier sociedad democrática.
Chile está sujeto a ciertos estándares y principios democráticos establecidos por tratados y convenciones internacionales
Con respecto a la investigación electoral, que se centra en el diseño del sistema de representación—como la nueva norma electoral para la paridad de género en los escaños de elección popular— y la efectividad de los mecanismos de participación, es esencial para asegurar elecciones justas y transparentes, y para proponer reformas respaldadas por evidencia.
Sin embargo, más allá de la preocupación por nuestra imagen internacional, este informe debería ser un llamado a la acción a nivel nacional. Es una oportunidad para que Chile reflexione sobre su trayectoria democrática y se comprometa a abordar las preocupaciones identificadas. La polarización política y la erosión de la confianza ciudadana son problemas reales que requieren soluciones concretas y colaborativas.
En este sentido, el liderazgo político tiene un papel crucial que desempeñar. Es hora de dejar de lado las diferencias partidistas y trabajar juntos en la construcción de una democracia más fuerte y resiliente—mensaje tanto para "izquierdas" y "derechas"—.
En el contexto actual, resulta imprescindible abordar de manera exhaustiva la forma de trabajo tanto del Poder Judicial como del Congreso. La revisión de estas instituciones políticas es de suma importancia para identificar posibles falencias y, más importante aún, para fortalecer dos aspectos fundamentales: la rendición de cuentas y la separación de poderes.
Estos pilares son la columna vertebral de cualquier democracia sólida y, por ende, su análisis y mejora son cruciales para el adecuado funcionamiento de nuestro sistema político. Es hora de examinar detenidamente la estructura y dinámica de estas instituciones, buscando garantizar su eficacia y su capacidad para representar fielmente los intereses y derechos del pueblo—como han dicho infinidad de partidos políticos—.
La tarea se presenta como un desafío monumental en un país con tantos problemas, pero su ejecución se torna preceptiva si anhelamos garantizar un porvenir verdaderamente equitativo y prometedor para cada habitante de esta país, marcada por una extensa cordillera y una geografía desafiante.
En última instancia, el informe de The Economist debe ser visto como una llamada de atención, pero también como una oportunidad para el cambio y la mejora. Con determinación y compromiso, podemos superar estos desafíos y fortalecer nuestra democracia para las generaciones venideras. La pregunta es: ¿Estamos listos para el desafío?