* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Al norte de la provincia de A Coruña, el río Eume que desemboca y ayuda a dar nombre a la ría de Pontedeume, es el corazón y origen del Parque Natural de las Fragas, uno de los bosques atlánticos de ribera mejor conservados de Europa.
Son 9.000 hectáreas habitadas por robles, castaños, fresnos, tejos, avellanos, chopos, alisos, laureles, acebos, abedules y frutales silvestres.
En ese profundo cañón labrado por el río desde la era Terciaria, que conserva el manto vegetal original y en sus húmedas y umbrías laderas, de múltiples fuentes y cascadas, crece una verdadera joya de helechos (más de 20 especies) y de líquenes (más de 200) y de musgos, que conforman, con la exuberante y tupida vegetación, el paraíso de todos los verdes matices.
Una riqueza faunística de numerosas especies: un centenar de aves, casi medio de mamíferos, varias de peces y otras – algunas endémicas – de insectos, invertebrados y reptiles.
Y siempre el río, que sueña con salmones, incrustado en el paisaje, espejo calmo de todos los colores o torbellino de espumas entre rocas y vegetación. Y los maravillosos senderos para soñar con duendes y frondosas aventuras y una carretera sencilla en paralelo al cauce fluvial, donde en las épocas de más afluencia de visitantes se sustituye el automóvil por el transporte público y gratuito.
En el centro de estas soledades de enorme belleza, en un montículo rocoso entre los ríos Eume y su afluente el Sesín, se levanta el Monasterio de San Juan (San Xoán) de Caaveiro, monasterio que sufrió numerosas intervenciones a lo largo de su historia.
En un montículo rocoso entre los ríos Eume y su afluente el Sesín, se levanta el Monasterio de San Juan (San Xoán)
Su origen está en el movimiento eremítico de los primeros siglos del cristianismo. Aquellos ermitaños anacoretas que se apartaban “del mundanal ruido” para entregarse a la oración en una vida austera y solitaria. Ningún lugar mejor que este, sobre todo entonces, para apartarse del mundo y buscar la soledad.
A finales del siglo X sucede algo que transformará aquella realidad para siempre y es la llegada de Rudesindo - a quien hoy llamamos San Rosendo - un noble decidido a meditar en la soledad de aquellos parajes.
Rosendo, nacido cerca de Oporto en 907 y que fallecerá en Celanova (Ourense) en 977, de familia emparentada con la monarquía Astur.Galaico-Leonesa, fue abad, fundador de varios monasterios, obispo de Mondoñedo e Íria-Flavia y virrey de Galicia, acaudillando a la nobleza contra las invasiones normandas y sarracenas en estas tierras.
En 934, Rosendo, agrupa a aquellos eremitas y funda, en Caaveiro, un monasterio benedictino, dotándolo de bienes muebles e inmuebles. Se acaba el ascetismo y la pobreza, empeezando otro poder religioso en la comarca que llega a dominar 15 parroquias.
El obispo de Santiago, el rey Alfonso VII y otros donantes lo engrandecen y ensanchan sus dominios y en el siglo XII los monjes se acogen a la regla de San Agustín. A pesar de su poder y su rango de Real Colegiata, su congregación no pasó de nueve frailes, que a veces eran cuatro.
En el siglo XVIII inicia su decadencia quedando deshabitado a principios del siguiente y se va arruinando, hasta que, en 1890, Pio García Espinosa, un abogado ourensano radicado en Pontedeume, compra aquellos terrenos y con permiso del Obispado de Compostela hace una radical transformación del monasterio: elimina la iglesia principal y reconstruye la actual de Santa Isabel. Restaura 2 de las 6 casas de canónigos y habilita allí su vivienda veraniega de vacaciones y de caza.
Hoy el monasterio, de iglesia románica y torre campanario barroca, está restaurado y pertenece a la Diputación de A Coruña. De su arquitectura y sus leyendas – muy interesantes, como en todos los cenobios medievales – hablaremos otro día.
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