Tener poder no es lo mismo que poseer conocimiento. Lo descubrió Galileo Galilei hace quinientos años, cuando defender que la Tierra y los planetas giran alrededor del sol estuvo a punto de llevarle a la hoguera. El desprecio por la ciencia no es exclusivo de un pasado ignorante, sino también del presente fanatizado. Donald Trump, que considera superfluo todo gasto público; Elon Musk, que usa la motosierra para descabezar la Administración, y Robert F. Kennedy, que es un terraplanista enloquecido, están a punto de crear un problema descomunal a las universidades y centros de investigación estadounidenses con sus recortes.

Manifestantes contra los recortes de la Administración Trump en investigación
Su país cuenta con ocho de las diez mejores universidades del planeta y dispone de los Institutos Nacionales de Salud, que constituyen el mayor grupo de centros de investigación biomédica del mundo. En ambos casos, los fondos del Gobierno federal resultan básicos para asegurar su funcionamiento.
Pensar que las investigaciones sobre el cáncer, el alzheimer o el parkinson pueden verse frenadas por una ideología populista y anticientífica debería hacer reaccionar a la sociedad norteamericana. Pero, de momento, solo algunos jueces están dando la batalla contra el desastre.
Ministros de diez países proponen a la UE atraer a los científicos que Trump desprecia
En cualquier caso, la UE ha entendido que tiene ante sí una oportunidad única para atraer a tantos científicos de primer nivel, hasta el punto de que diez ministros han escrito una carta a la comisaria de Investigación e Innovación para que obtenga financiación, a fin de captar estos hombres y mujeres de ciencia que ven peligrar su futuro. Ochenta años después de que grandes talentos europeos (entre ellos el propio Albert Einstein) tuvieran que emigrar a Estados Unidos, ahora podría producirse el efecto contrario.
Hace unos días, la CNN explicó el caso de Heather Welch, una gran oceanógrafa que recibió un correo que le daba 90 minutos para hacer las maletas. Ella se ocupaba de evitar las colisiones de los buques con las ballenas que navegan por la Costa Oeste de Estados Unidos. A Trump no le quita el sueño que un barco choque con un cetáceo, pero cualquier día, más pronto que tarde, se despertará descubriendo que es él quien se ha estrellado contra la dura realidad.