Quién querría gastarse millones de millones en armas en detrimento de construir escuelas y hospitales, invertir en investigación, infraestructuras, seguridad…? Es una pregunta provocadora y muy vieja que se responde sola. La vacuna del antimilitarismo en Europa es potente, como lo fueron las enfermedades: dos guerras mundiales donde todos perdieron. Países devastados, mutilados y enfermos de guerra, huérfanos, pobreza y hambre. A nosotros nos vacunó la Guerra Civil. Pero quizá más que las guerras reales, fue la guerra fría posterior lo que plantó las bases de la alergia a los ejércitos. Se gastaban cantidades ingentes en colocar cada vez más armas sobre el terreno. Bases militares, misiles con cabezas nucleares, espionaje…

Nadie que no haya vivido aquellos años grises puede imaginar el miedo al conocer el alcance de los proyectiles, los minutos que tardarían en impactar en Moscú, París, Londres, Nueva York… El delirio final, con un Reagan vendiendo una extravagante y carísima guerra de las galaxias, acabó de convencer a todos de que gastar tanto en armamento no tenía mucho sentido. Por eso en Europa se ha confiado en el amigo americano, al que se ha apoyado, por cierto, con soldados que los han acompañado a morir en Afganistán o en Irak. Los que acaba de despreciar el vicepresidente norteamericano, J.D. Vance.
Pero volviendo a las armas, la Unión Europea se acaba de quedar sin el paraguas militar de EE.UU., que ahora querrá cobrarse caro su papel de guardaespaldas, según la mentalidad empresarial de tiburón de los negocios con la que Trump preside el país. No solo sus ejércitos están atrasados (con extremos casi troglodíticos, como el caso español), sino que tampoco se ha apostado por las fábricas de armas, siempre tan impopulares sobre el terreno. ¿Dónde comprará armas Europa si no puede confiar en los americanos, que los podrían dejar sin recambios o actualizaciones? ¿Cuánto tardaría en impulsar una industria competitiva? ¿Y dónde?
Son preguntas a largo plazo en un momento en que lo que más falta es tiempo para impedir a Putin más ideas peligrosas cuando tiene asumido que Ucrania ya es suya. Una agenda endemoniada para tiempos muy difíciles.