A finales de 1990 o principios de 1991 (mi memoria ya está un poco averiada) fui al cine (Renoir Floridablanca, de eso sí me acuerdo) para ver, una detrás de otra, dos películas que en aquellos días lo estaban petando: Pretty woman y Ghost. A la salida comenté que era mucho más creíble que una inocente muchacha, interpretada por Demi Moore, recibiera las últimas caricias de un fantasma que la historia de una prostituta, aunque fuera la cándida Julia Roberts, protagonizando un cuento de hadas.
Pasados los años, la historia se ha reescrito y Anora, la película multipremiada en los últimos Oscars, explica la verdad de lo que sucede cuando una joven prostituta se encuentra con un cliente que parece ofrecerle una vida regalada, pero, en realidad, solo la alquila un ratito y luego, como es habitual, la tira a la basura.

¿Y eso qué tiene que ver con Ghost ? Pues nada, pero me ha dado por pensar que aquella joven alfarera enamorada se ha convertido con los años en una mujer que no soporta hacerse vieja y utiliza La sustancia para acabar destruida; una historia que, al margen de la estética gore, es mucho más verosímil.
La veterana Demi Moore se ha quedado sin la estatuilla dorada (aunque, la verdad, tampoco es tan buena actriz y solo hace de sí misma), que ha ido a parar a la joven Mikey Madison (que ha pasado del anonimato a la gloria sin saber por qué), reproduciendo en la vida real esa lucha sin cuartel que libran las actrices en una industria en la que, como bien sabe Emma Vilarasau, no hay lugar para las arrugas si lo que pretendes es competir con la juventud y la lozanía. Una guerra perdida de antemano.
En algún momento, Geraldine Chaplin explicó que no se operaba y, además, potenciaba su aspecto decrépito, precisamente para quedarse con todos los papeles de abuela. Debe de ser la única a juzgar por las caras y cuerpos destrozados por la cirugía estética de otras actrices que se empeñan en detener el paso del tiempo. Nunca lo he entendido, ni a quienes hacen alardes de ancianidad dejándose las canas y, lo peor, calzando zapatillas de deporte con velcro, ni a las que quieren seguir compitiendo en una liga que sistemáticamente les recuerda que no sirven ni para hacer bulto.
Como señora mayor que soy, cada vez me importan menos los dramas de las mujeres que se quejan de volverse invisibles o, que, por el contrario, se vuelven hiperactivas y quieren estar en todas las salsas. Como diría Meryl Streep, con sus arrugas y su canesú: “A estas alturas de la vida, solo quiero una buena cerveza, un buen beso o mandar bien lejos a quien se lo merezca”.