Hasta luego

Mirar y ver son acciones que todo el mundo realiza. Puesto que las hacemos constantemente, las damos por descontadas. Ahora bien, ver y mirar no son sinónimos. Todos vemos, a menos que tengamos en los ojos un problema serio. Ver proviene del verbo latino videre, que deriva de una raíz indoeuropa weid muy curiosa, pues ha dejado en las lenguas románicas la palabra ver y, en cambio, en las anglosajonas ha dejado palabras aparentemente alejadas, aunque íntimamente conectadas con el significado de ver. Me refiero a wisdom (que en inglés significa sabiduría), wise (sabio) y wizard (mago). Que la visión de los sabios y los magos es más honda que la de la gente normal parece incuestionable.

Bird flies over the mountains in a cloudy sky

  

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La raíz indopeuropea weid también dio en griego la palabra eidos que significa apariencia . Nosotros la utilizamos en el sufijo -oide, para indicar nombres de cosas que parecen lo que no son: llamamos asteroide a un cuerpo celeste que parece una estrella (del griego aster ) y llamamos androide al robot que parece una persona (de andros : hombre en griego, como todo el mundo sabe). Un sistema telefónico muy popular se llama precisamente Android. Podríamos preguntarnos por qué le dieron de tal denominación. Tiendo a creer que este nombre, android, tiene menos relación con la etimología que con la filosofía de hoy, es decir, con una idea muy extendida según la cual los humanos nos estamos confundiendo con las máquinas que nos facilitan (o nos complican) la vida. En estos tiempos que han encumbrado a tipos como Musk y Thiel, el sistema telefónico Android quiere ser un guiño al ideal del cíborg, la fusión del humano y la máquina.

A medio camino de los humanos antiguos y de los cíborgs del mañana, está el humano protésico, es decir, la persona que, gracias a la brillante evolución de la medicina, ha sido reparada con dientes, rodillas, caderas o arterias artificiales de la obsolescencia de sus órganos naturales. Pronto me convertiré en hombre protésico, porque van a implantar unas lentes en mis ojos, erosionados por todo lo que han tenido que ver.

La distancia permite entender, pero separa; amplía la visión, aleja de la vida

Si el verbo ver significa, según el diccionario, “poseer el sentido de la vista”, mirar es la proyección de ese sentido a la realidad. Mirar deriva del latín mirari, que significa admirar. Si el verbo mirar hace referencia a una actividad muy genérica, que puede concretarse de muchas maneras, el verbo admirar es bastante más preciso: apela a la vertiente activa y entusiasta del acto de mirar. Uno puede mirar de forma pasiva, rutinaria, poco atenta. Puede mirar con pasión, con ilusión, con fervor o, también, con terror, con repugnancia. Muchas son las maneras de mirar. En cambio, solo hay una forma de admirar: dejarse apasionar por lo mirado.

No hace falta, me parece a mí, que el objeto admirado sea bello, grande o espectacular. Podemos admirar cualquier cosa, si la observamos con atención: las arrugas en un rostro, por ejemplo; o un paisaje desolado, o el rostro fatigado y resistente de Zelenski mientras soporta la bronca de Trump y Vance. En la edad media era frecuente el uso del verbo maravillarse en el mismo sentido de admirar. Maravillarse de todo lo bueno y malo que hay el mundo es lo que hace Fèlix, personaje de una novela de Ramon Llull. El idealista Quijote y el realista Sancho también suelen admirar lo que ven por los caminos. También escribir artículos es una forma de entrenar los ojos, de encuadrar la mirada, de intensificar la percepción de la maravilla y el horror del mundo. Ahora bien, mirar intensamente impide vivir intensamente.

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Por un problema en los ojos, tendré que estar un tiempo, no sé si largo o corto, sin aparecer por la ventana que me ofrece La Vanguardia. En este tiempo de silencio me acompañará Carles Riba que, en uno de sus poemas, se identifica con un pájaro solitario que, volando, ve el paisaje desde arriba: un gran río lleno de vida, que cruza valles, pueblos y ciudades antes de llegar al mar. Los ojos, dice el poeta, no se cansan de transportar imágenes al corazón, que, sin embargo, inevita­blemente se evaporan como un sueño. Quien escribe necesita la distancia para ver lo que ocurre, pero no puede tocar nada de lo que ve. La distancia permite entender mejor, pero le separa a uno de la gente. La distancia amplía la visión, pero aleja de la vida.

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