Sudando en la sauna

Los finlandeses te miran mal si comentas que tú no tienes sauna en casa, como si fueras un pobretón. “¿Ni siquiera comunitaria?”. “No, es que vivo en Barcelona...”. Me encuentro en la localidad de Oulu, muy al norte del norte, entre Laponia y la región de los Lagos, y, este viernes, después de cenar a una hora temprana, con las calles nevadas y vacías, alguien propuso: “¿Vamos a la sauna?”. Me integré en el entusiasmo colectivo, sin saber dónde me metía, y un nutrido grupo de hombres de diferentes edades, tamaños e ideologías (lo sé porque había concejales de varios partidos del Ayuntamiento), alrededor de una docena seríamos, nos metimos en el interior de una sauna (en concreto, la Pehkola, se la recomiendo, si algún día van por Oulu).

Middle aged couple in traditional wooden Finnish sauna, man throwing water to hot stove

  

Petri Jauhiainen / istock

Qué maravillosa mutación se produjo nada más entrar en la cabaña de madera que nos asignaron. Si la cena se había desarrollado con la morigeración y corrección que suele producirse en los encuentros de gente que se ha conocido hace poco, fue entrar desnudos en la sala de vapor löyly y, allí, como si nadie tuviera nada que esconder, empezaron a emerger las auténticas personalidades de cada uno. En apenas veinte minutos, afloraron sentimientos, confesiones, dudas, se contaron chistes, se abrieron corazones y se produjo una catarsis que desmentía todos los tópicos sobre la escasa capacidad de los hombres para comunicar emociones. Qué distinta era la gente de su personaje social, ante tal espectáculo me sorprendí y pregunté por sus causas. “Ah, es la sauna, aquí todos somos iguales, no importa el reloj que llevas, ja, ja”, me dijeron (yo debí de poner cara de “qué le habrán puesto al vapor este”). En nuestros países sureños, los bares cumplen una parecida función, pero créanme que con la mitad de eficacia desinhibidora.

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En un momento, sonó mi teléfono en el exterior (me llamaban del trabajo) y salí de la cabaña, con el albornoz, a dos grados bajo cero. Una espectacular aurora boreal pintaba de verde el cielo, ante el arrobo de los turistas y la indiferencia de los locales. Se oía, a la izquierda, una melodía de risas femeninas procedentes de la cabaña de las mujeres; a la derecha, sonoras carcajadas masculinas. En medio, las llamadas luces del norte. Y, en ese momento, lo comprendí todo, el secreto que hace que, según las estadísticas, Finlandia sea el país más feliz del mundo. Es, sin duda, porque tienen saunas donde, dos o tres veces a la semana, lo echan todo por la boca. Tres millones de saunas en un país de cinco millones de habitantes. Me parecen pocas.

Lo único que sé es que, cuando vuelva a Barcelona, voy a añorar esta inimitable manera de romper el hielo.

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