Cuéntame un cuento

Pero ¿quién es este Mario Vargas Llosa? Vaya, un perfecto desconocido era aquel joven peruano, repeinado y de voz aflautada, qué se creerá este chico, que ganó en Barcelona, en 1959, el premio Leopoldo Alas por su libro de cuentos Los jefes. Tan desconocido era que la nota de este diario le llama “Mario Vargas Llosas”. Le vinieron muy bien las diez mil pesetas y vio como un enorme lujo que la organización le pagara el viaje en tren desde el Madrid donde vivía, en una modesta pensión, con su tía Julia, que era además su esposa.

El escritor Sergio Ramírez entrega el premio de relato Unam a Eduardo Flores Arróliga

Eduardo Flores Arróliga recibe el premio UNAM de Sergio Ramírez  

LV

Me imagino que los miembros de aquel jurado, con el añorado Enrique Badosa al frente, debieron de sentir una emoción semejante a la que, esta semana, poseía a los que han fallado la tercera edición del premio de cuento UNAM-España, en la sede madrileña del Instituto Cervantes. Solo falta quien, en el futuro, lo cuente idealizando el presente como nosotros idealizamos ahora aquel pasado, con la inestimable ventaja de que sabemos que aquellas deliberaciones discretas, que provocaban breves notas en la prensa, fueron germen nada menos que del boom, ese big bang de la literatura hispanoamericana, que creó el mundo en que ahora habitamos.

Ni en varias generaciones pagaremos la riqueza literaria que nos dan los que vinieron de otros países y se pusieron a escribir, contándonos y con­tándose

“Deberían seguir escribiendo, son muy buenos”, les insiste Sergio Ramírez al ganador y a la finalista. El primero es el gallego-nicaragüense Eduardo Flores Arróliga, que nos habla de dobles vidas, la de acá y la que se deja allá, en una historia de dinero mal llamado fácil en las rías cantábricas, entre hedores de alcohol y pescado furtivo. El relato finalista, de la catalano-chilena Paloma Cruz Sotomayor, se sumerge en las simas de la intimidad en la era de las apps de citas, en una Barcelona donde la narradora se encama con varios catalanes a los que somete a un escalpelo analítico, todo ambientado, a la vez, en Vallcarca o Gràcia y en el mall más grande de Latinoamérica, paraíso de los suicidas en Santiago.

Nadie cuenta la migración, el extrañamiento, como estos autores y tantos que dibujan un imaginario que nos interpela profundamente. Ni en varias generaciones conseguiremos pagar toda la riqueza literaria (y, por tanto, humana) que nos dan los que vinieron de otros países y se pusieron a escribir, contándonos y con­tándose. Esos papeles –o documentos de Word– que leemos ávidamente deberían generar automáticamente para ellos esos otros papeles grises que tramitan los funcionarios y que les escatimamos en un ejercicio que llega a su paroxismo en EE.UU., donde hay personas con miedo de ir al médico o matricular a sus hijos en la escuela para que no los detecten los comandos de expulsión. Con todos sus defectos, Europa es otra cosa.

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