Mensajes para Europa

Mensajes para Europa
Profesor de Economía del Iese

Recientes declaraciones del presidente y del vicepresidente de EE.UU. han sido mal recibidas en Europa. No pensemos tanto en quién las dice y vayamos al contenido de los mensajes, porque siempre es bueno, aunque no siempre agradable, saber cómo nos ven los demás.

El presidente Donald Trump ha hecho un gran favor a la paz mundial al proponer un encuentro con el presidente Vladímir Putin. No sabemos si su intención última es promover la paz o si se trata de una tarea más en su empeño por deshacer todo cuanto hicieron algunos de sus predecesores; lo mismo da. Lo que importa, primero, es la perspectiva de un final próximo de la guerra de Ucrania. Además, la iniciativa repara el menosprecio con que EE.UU. ha tratado durante décadas a la Rusia nacida de las cenizas de la URSS. Por último, un encuentro entre ambos hace menos probable una conflagración mundial que muchos creíamos que estaba próxima.

BERLIN, GERMANY - FEBRUARY 24: Friedrich Merz, chancellor candidate of Germanyâ#{emoji}128;#{emoji}153;s Christian Democrats (CDU/CSU), speaks to the media the day after German parliamentary elections on February 24, 2025 in Berlin, Germany. The CDU/CSU won with 28.5% and will seek to form a government coalition. (Photo by Maja Hitij/Getty Images)

  

Maja Hitij / Getty

Pero si el brusco giro de la política estadounidense nos beneficia a todos un poco, también crea perdedores. La gran perdedora de un conflicto entre gigantes es, naturalmente, Ucrania, que ha sacrificado decenas de miles de civiles y soldados para quedarse con un país destruido y un territorio recortado mientras que, ausente la amenaza exterior, puede que se reaviven sus conflictos internos. Del futuro del presidente Volodímir Zelenski más vale no hablar.

El futuro canciller Merz declara que recuperar la autonomía respecto a EE.UU. es una prioridad

La segunda perdedora es Europa. No deja de tener gracia ver cómo el presidente Trump aparece hoy como artífice de la conciliación con Rusia, cuando ha sido EE.UU. quien nos ha enemistado con Rusia, una relación que Europa habrá de reconstruir. Pero lo que importa es la enseñanza de ese episodio, que no puede ser más clara: la Europa actual no participará en la construcción del nuevo orden mundial. Estamos entretenidos en lo que desde fuera se ve como peleas de parvulario, una mezcla de los “viejos intereses enquistados” de los que habla el vicepresidente J.D. Vance (como si en EE.UU. no los hubiera) y de nostalgias de un pasado en parte imaginario. De seguir así, cada Estado miembro acabará haciendo lo que le digan los grandes y pagará la factura correspondiente: es lo que tiene ser irrelevante.

Basta una frase para resumir el mensaje del vicepresidente Vance: los enemigos de Europa no son exteriores. Están dentro, limitando la libertad de expresión e ignorando, en su forma más extrema, la voluntad del pueblo. Los ejemplos que cita son pintorescos. Solo el caso de la marginación de Alternativa para Alemania con un 21% de los votos merece atención aquí. El mapa de las elecciones muestra que toda la antigua RDA votó AfD: es una expresión del abandono que han sentido los alemanes del Este desde la reunificación; el mismo sentimiento de abandono ha alimentado las filas del hoy presidente Trump. Un cordón sanitario no lo hará desaparecer en Alemania. AfD es un síntoma de que algo se ha hecho mal, y ese algo debe ser reconocido y reparado. Una lección también para nosotros.

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En un punto coinciden ambos mensajes: el presidente amenaza con poner fin a la contribución americana al escudo militar europeo, el vicepresidente nos urge a hacernos cargo de nuestra defensa. Lo que parece una amenaza se convierte en una gran oportunidad. Quizá sin querer, los dos mandatarios muestran a Euro­pa el camino de salida de su actual marasmo. La existencia de una presencia europea en la construcción del orden mundial pasa por tener una voz independiente, y esa independencia no será creíble hasta que Europa cuente con una fuerza de defensa autónoma. La creación de un ejército europeo no debe ser un imposible. No lo es económicamente, sobre todo si el encuentro entre los dos presidentes es el principio de un deshielo que reduciría la lista de enemigos exteriores de Europa y, con ello, las necesidades presupuestarias. No debería serlo polí­ticamente, aunque ello obligue a recurrir a la posibilidad de una Europa a dos velocidades. El futuro canciller Friedrich Merz ha declarado que recuperar la autonomía con respecto a EE.UU. es una prioridad. De acuerdo. Construir un ejército, entendernos con Rusia. No será un proceso fácil ni rápido ni agradable porque, como siempre en estos casos, hay que vencer suspicacias, intereses y nostalgias, pero esos objetivos deben inspirar toda la política europea durante los próximos años. Esta vez se trata de nuestro futuro.

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