En tiempos de zozobra

En tiempos de zozobra
Profesor de Economía del IESE

Vivimos tiempos turbulentos. Mientras nuestra atmósfera sigue absorbiendo gases invernadero, el aire se enrarece en las altas esferas. Una gran potencia no parece dispuesta a tolerar la emergencia de rivales; el proyecto europeo parece haber entrado en una vía muerta, por las profundas diferencias surgidas entre sus miembros a causa de la guerra de Ucrania; las encuestas muestran unos ciudadanos que prefieren la democracia a cualquier otra cosa, pero no están contentos con el funcionamiento de la suya. Nuestro Occidente parece haber perdido, frente al resto del mundo, toda la supremacía económica, tecnológica e incluso moral que imaginaba tener. Es comprensible que los ciudadanos corrientes nos preguntemos qué podemos hacer para contribuir a enderezar las cosas. Quisiera hoy compartir con usted, querido lector, algunas recetas que quizá puedan serle de utilidad. Ya verá que no son nuevas, pero bueno es recordarlas.

A performer dances to music along with small motion-sensing robots from Chinese robot maker UBTECH at the World Robot Conference in Beijing, China, Wednesday, Aug. 15, 2018. The annual conference is a showcase of China's burgeoning robot industry ranging from companion robots to those deployed on manufacturing assembly line and entertainment. (AP Photo/Mark Schiefelbein)

  

Mark Schiefelbein / AP

Empecemos por situarnos. La Unión Europea y EE.UU. representan en total algo menos del 10 por ciento de la población mundial. China e India juntas, el 36 por ciento. Sus culturas son mucho más antiguas que la nuestra, y han sobrevivido a nuestros intentos de destruirlas. Al pensar en el futuro del mundo, no hagamos como si esos países no existieran. Quizá tengan ideas mejores que las nuestras.

Busquemos buena información. La hay, aunque no en las redes, que no están hechas para eso. Sabemos que cuanto más influyente es un medio de comunicación más pesa sobre él el poder, un hecho que hay que tener en cuenta. También sabemos que existen medios de comunicación de calidad, aunque marginales en su impacto. Una búsqueda, ayudada por consultas con amigos y fuentes de confianza, nos permitirá construir una cartera indispensable de información veraz.

Nos aísla una ideología que pretende que el individuo autosuficiente sea el centro del universo

Huyamos de las etiquetas. Sanchismo y ultraderecha nos dispensan de debatir y, más aún, de pensar. Apelan a lo peor de cada uno –el miedo, la pereza o el ánimo de venganza– y solo sirven a quienes buscan el conflicto, porque con etiquetas reclutan adeptos, y van creando adversarios para un combate que presentan como inevitable. Son enemigas de la democracia, porque persiguen anular la voz del ciudadano. Tras las etiquetas ya no hay personas, solo objetivos que batir. Los llamados cordones sanitarios, barreras construidas con etiquetas, son expresión de la derrota intelectual y moral de quien los impone.

Usemos de verdad la cabeza. Supongamos que nos asalta el deseo de comprar algo. Usar la cabeza no significa comprarlo lo más barato posible, sino preguntarnos si el objeto de nuestro deseo nos es verdaderamente necesario, y actuar en consecuencia. Todos lamentamos el aluvión de cacharros con el que nos inunda el mercado, sin pensar que este lo hace solo porque nosotros los compramos. Dejará de hacerlo si nos comportamos con cierto rigor.

Aceptemos nuestras responsabilidades. Sabemos del potencial que tienen las redes de envenenar la mente de niños y adolescentes. No esperemos que el Estado nos sea de gran ayuda al tratar de evitarlo: las grandes empresas lo harán imposible. La responsabilidad de procurar evitarlo no recae en Facebook, sino, en primer lugar, en el ámbito familiar, y muy especialmente en los padres.

Una recomendación subrayada en rojo: no intentemos hacerlo solos. Lo que exige de disciplina y perseverancia aplicar esas recetas en solitario es más de lo que se puede esperar de una sola persona. Vivimos zarandeados por fuerzas que nos empujan en varias direcciones. Las más poderosas tienden a aislarnos: nos aísla la tecnología, porque elimina contactos humanos antes cotidianos, mientras permite al individuo construirse un mundo virtual donde se comunica con fantasmas. Nos aísla la persecución de la riqueza.

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Nos aísla sobre todo una ideología que pretende que el individuo autosuficiente sea el centro del universo.

Querer luchar solo contra esas fuerzas no solo es imposible; es contradictorio. Perseguimos el deseo abstracto de un mundo mejor, cuya realización escapa a nuestro control, y desdeñamos el cultivo de nuestro entorno inmediato –familia, vecinos, trabajo, parroquia– que es donde suele estar nuestra responsabilidad y donde podemos construir comunidades sólidas. ¿Se gana más dinero así? No. ¿Más fama? Tampoco. Pero uno vive mejor, es más feliz. Pruébelo.

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