Estamos asistiendo a un fenómeno interesante tras la irrupción en el planeta de Trump, que es lo más parecido al posible impacto en la Tierra del asteroide YR4 dentro de unos años. La gente está desconcertada ante sus decisiones en cascada, en las que se salta las reglas del juego a su antojo, como si la geopolítica fuera un juego de mesa y como si las leyes fueran trajes a medida. Pero, como Ignacio Camacho reflexionaba en su columna en Abc, lo cierto es que muchos trumpistas españoles andan perplejos: les encantó el discurso de Vance, pero no entienden el entreguismo a los rusos en el conflicto de Ucrania. Convertir al agresor Putin en el agredido es una infamia, y tratar a Zelenski como un dictador por resistirse resulta una mezquindad. Los trumpistas de este país tragan con todo, pero no pueden comerse todo el menú de un bocado porque lo más fácil es que se ahoguen. Tamaños disparates imposibilitan la maniobra de Heimlich.
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Trump recuerda al reverendo Orize, protagonista de un cuento de Roald Dahl titulado El vicario que hablaba al revés. El sacerdote llega a la parroquia del pueblo de Nibbleswickle con la rara enfermedad de hablar al revés. El hombre invertía palabras y atar se transformaba en rata , subo en obús y notar en ratón . El vicario era un hombre que intentaba hacer las cosas a su manera, pero solo creaba conflictos por el uso trastocado de los vocablos, provocando enredos continuos.
No es fácil comulgar con el sheriff, porque lee la realidad al revés, como el vicario de Dahl
Por suerte, el médico del pueblo le recetó que andara hacia atrás, eso sí, girando a menudo la cabeza para no tropezar e incluso poniéndose un espejo retrovisor en la frente. Aquello fue mano de santo: llegó a caminar de esa guisa con soltura, se le volvió a entender lo que decía e incluso fue querido y respetado.
Ya entiendo que Trump no aspira a ser querido ni respetado, sino temido y odiado. Pero cuando algunos de los suyos empiezan a no entenderle, es porque lee la realidad al revés. Lo de ponerse un retrovisor en la cabeza no sería una mala idea, pero su cabellera naranja difícilmente le daría una buena visión del entorno. La fábula de Dahl es una alegoría de cómo aceptar las diferencias y superar las dificultades. Y en eso tampoco tiene interés alguno el sheriff.