El catalán: ¿un dialecto corrupto del castellano?

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El catalán: ¿un dialecto corrupto del castellano?
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“En Catalunya cada día mueren palabras”. Eso decía Víctor Català (Caterina Albert). Lo cuenta su sobrino Lluís Albert en el prólogo de la recopilación de pareados y adagios de la escritora que es Quincalla. “Se refería al hecho de que cada día morían personas mayores que se llevaban a la sepultura un grupo de palabras que sus hijos ya no usarían nunca más”, avisa el sobrino. Es en referencia al catalán, pero también pasa en castellano. La diferencia es que los catalanohablantes incorporamos castellanismos para sustituir esas palabras mucho más que catalanismos los castellanohablantes.

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Tengo tan poca autoridad para hablar de términos lingüísticos como Ancelotti de dar clases de inglés. Si añadimos que hay pocas cosas menos tristes que escribir –como sucede ahora– mientras Maná suena de fondo en el café, y que Lluís Albert ya hace veinte años dejó negro sobre blanco que existe el peligro de que el habla de muchos habitantes en Catalunya “se convierta en una especie de dialecto corrupto del catalán”, el ánimo de derrota se agudiza.

La Generalitat hizo pública ayer la encuesta de usos lingüísticos del 2023. Algunos datos: un 46,5% de los catalanes tiene el castellano como lengua habitual única; un 32,6%, el catalán. Un 80,4% de los ciudadanos de 15 o más años sabe hablar en catalán y un 93,4% lo comprende. Mejor: dice que lo comprende. En todo caso, es un sondeo sobre cantidades, sobre el número de hablantes, y no de calidad del catalán. De genuinidad, si se quiere.

Si son tantos los que lo entienden es por las semejanzas con otras lenguas latinas, pero también y en parte porque los catalanoparlantes nos hacemos entender. De manera expresa, traduciendo lo que no se entienda, por ejemplo. Pero también sin pretenderlo, como cuando incorporamos castellanismos, tendiendo así, de manera nada sutil, a igualar el léxico del catalán con el castellano.

Adoquí, cumple, toda una retahíla de palabras acabadas en -on como calenton, comodon, resulton, revolcon, subidon (cuando en catalán podríamos decir pujada d'adrenalina), xillon. Cabreig, curru, puestu, liar-la, sarro, altillu, apreci, asquerós, desmelenar-se, que va!, ficar-se en un jardí (cuando tenemos el genuino merder), y un etcetetetetetetetetetetetetetetetetera largo. Son muchas las palabras que decimos como si fueran catalanas sin recato. Como mínimo los barceloneses. Somos una mina.

Las nuevas generaciones han superado los apellidu, busón, recadu de nuestros abuelos, pero quedan acera, oju, culumpius, olives rellenes, bassura, estupendu o mançana cuando queremos guiarnos por las calles. Y no se supera el hecho de ir a veces a remolque del castellano: hemos ido a toda castaña a buscar alguna expresión equivalente a botellón, culebrón o tardeo.

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¿Los castellanohablantes en Catalunya también incorporamos catalanadas? Sí, pero seguramente que en mucha menos medida: tocho, moncheta, pantumaca, llesca, buchaca, sucar, bolet, rachola, plegar (para acabar de trabajar o dejar una cosa por imposible), enchegar...

El catalán está en clara inferioridad con respecto al castellano. Sin embargo, a veces se acompleja. Es así, por ejemplo, cuando los catalanohablantes pasamos al castellano cuando queremos parecer serios o hacer gracia, cuando nos referimos en castellano a los títulos de películas, o cuando queremos parecer juveniles. Diglosia pura y dura.

Ahora bien. De aquí a considerar que el catalán corre el riesgo de ser una especie de dialecto corrupto del castellano hay mucho atrevimiento y no tiene ningún sentido decirlo, pese a que el catañol sea evidente. Aun así, alguno de los castellanismos antes citados quizá sí podríamos incorporarlos. Perfectamente. Así  como aceptamos coloquialmente deformaciones (aiga, llenga, numbru) o variaciones dialectales (undemà, junoll), o el merci, omnipresente en Barcelona.

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Mueren palabras, como decía Caterina Albert, y se disipa hasta cierto punto la lengua, de acuerdo, y vemos allí la puerta del quiròfan (perdón, sala d'operacions). Pero también “lo malo es que el hablante inseguro se refugia en la norma a ultranza y no se da cuenta del empobrecimiento que eso implica”, dice @pauetvidal. “No existe el catalán, es un idioma que nos inventamos sobre la marcha”, bromeaba @sempresaludava. Las lenguas están en constante evolución.

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