A estas alturas, existen ya demasiados informes que prueban con cifras irrefutables los estragos que los dispositivos digitales han causado en la salud mental de los jóvenes que crecieron pegados al smartphone. La mayoría han sido niños educados en un contexto parental a la vez laxo y controlador: sobreprotegidos en el mundo real (no conocen la calle) y desprotegidos en el mundo virtual, donde pasan horas ansiando likes absurdos, consumiendo pornografía, comentarios dañinos, relaciones vacías de contenido, videojuegos de alto potencial adictivo y publicidad regida por algoritmos siniestros. Hasta ahora, los adultos no hemos conseguido, a pesar de los datos alarmantes sobre el aumento exponencial de los trastornos psíquicos en esta franja de edad, evitar que pasen los años más vulnerables de su desarrollo cerebral apartados de unas aplicaciones que, ahora lo sabemos, fueron diseñadas para convertirlos en yonquis.
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Para los centros educativos sí se ha logrado aprobar una normativa que prohíbe el uso del móvil conectado (smartphone) en las aulas y en el patio, con diferentes restricciones o excepciones según se trate de primaria, secundaria o bachillerato. En el resto de los espacios, vemos a niños y adolescentes sumidos en una permanente disociación de la realidad. Los vemos en la calle, en el parque, en el museo, siempre pegados al dispositivo. Los vemos en grupo, y aunque han “quedado para verse”, apenas se ven, apenas se miran, apenas se hablan, absortos en el filtro que interponen entre ellos y el entorno real.
El pasado mes de diciembre, el Consejo de Ministros aprobó un informe de expertos destinado a la protección de menores en entornos digitales. Contiene una serie de recomendaciones tan sabias como saludables. La mejor de todas: no vender smartphones a los menores de
16 años (sí podrían tener un móvil analógico, que cubre cualquier necesidad de comunicarse de viva voz o por SMS). Ojalá que el debate sobre el informe prospere y se logre traducir a medidas efectivas. Si se consiguió limitar por ley la venta de tabaco hasta los 18, no veo por qué no puede hacerse lo mismo con el móvil hasta los 16. Lo contrario sería admitir que los bronquios de nuestros menores nos preocupan más que su cerebro.