Europa tiene por delante un momentum de inteligencia artificial (IA) que ha de aprovechar con habilidad. La irrupción inesperada de DeepSeek implica una oportunidad para abrirse hueco en la pugna que mantienen China y Estados Unidos sobre ella. Demuestra algo que los europeos hemos creído siempre y que está en la esencia de lo que somos como civilización: que la historia nunca está cerrada del todo.
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Por eso, hoy no ofreceré otra entrega en la serie de artículos que llevo dedicados en los últimos meses a cómo moderar el avance del populismo. Retomaré el proyecto en el próximo Ruedo Ibérico. La aparición de DeepSeek es una noticia extraordinariamente relevante como para no reflexionar sobre ella en estos comentarios mensuales. Como escribía el pasado jueves en estas páginas, provoca un Pearl Harbor para Estados Unidos en el ámbito de la IA. Desbarata el sistema de innovación desarrollado por esta superpotencia desde que aprobó la Chips and Science Act (ley de Chips y Ciencia) en el 2022 y la orden ejecutiva presidencial del 31 de octubre del 2023.
El propósito ha de ser lograr una IA que nos ayude a pensar mejor y conforme a nuestros valores y cultura
Nos asomamos a un cambio potencial de paradigma global sobre el desarrollo de esta tecnología. Un factor geopolítico que brinda a Europa una oportunidad para ser relevante si diéramos los pasos necesarios. En este sentido, la nueva IA generativa china implica una disrupción tecnológica de tal magnitud que puede cambiar los vectores sobre los que se sustenta la revolución digital. Así como alterar la relación de fuerzas que existe en la guerra que mantienen Estados Unidos y China alrededor del objetivo de alcanzar la hegemonía mundial mediante el liderazgo sobre el progreso de las capacidades de la IA.
El golpe dado por China en el mentón de Silicon Valley confirma que esta competición no está ganada de antemano ni cerrada definitivamente. Ni es cosa de uno ni de dos tampoco, pues el avance de la IA, tal y como ha demostrado DeepSeek, puede abordarlo una startup con talento, un puñado de millones de dólares, datos selectivos, entrenamiento adaptado a las necesidades y chips reciclados. Estas circunstancias hacen que Europa pueda impulsar a su vez un vector de innovación eficiente que nos convierta en un actor global en IA. No solo como la potencia regulatoria que somos, sino también acertando en una estrategia que alinee los múltiples activos que tiene en este campo.
El objetivo ha de ser desarrollar una IA que compita con Estados Unidos y China. Para ello, hemos de evitar la trampa epistemológica de asociar el éxito de esta a replicar los esquemas de innovación de otros. Hemos de desarrollar los propios y han de ser esencialmente europeos, pues el propósito final ha de ser conseguir una IA que se parezca a Europa y nos ayude a pensar mejor y calcular, también mejor, conforme a nuestros valores y nuestra cultura. Una IA colaborativa, diseñada para el bien común y con un perfilado algorítmico que se ajuste a los fines humanistas que nutren el sesgo civilizador de Europa.
Para conseguirlo es fundamental que la política y los políticos que aún no han caído bajo el yugo del populismo comprendan que deben estar a la altura de su responsabilidad histórica, empezando por la Comisión y los partidos que la respaldan en el Parlamento Europeo. La atención de la política ha de ponerse en coordinar los esfuerzos nacionales en el desarrollo de una IA común. Nos jugamos el futuro en ello, porque la IA es el tema de nuestro tiempo. A ella se vinculan la prosperidad de las economías automatizadas y los trabajos que tendrá la humanidad en las próximas décadas. También cómo gestionaremos la sostenibilidad del planeta; qué margen de maniobra le queda a la democracia liberal para sobrevivir e, incluso, cuál será la viabilidad de la condición humana entendida como la conocemos. Como apuntan Enrico Letta y Mario Draghi en sus famosos informes, el futuro de la competitividad europea y la seguridad de nuestro continente están subordinados a la IA. Dos factores decisivos para la supervivencia de Europa a corto y medio plazo, pues la guerra comercial amenaza nuestro mercado, y la guerra convencional, nuestras fronteras. No solo porque Rusia sigue golpeando a nuestro aliado ucraniano, sino porque EE.UU. aprieta y exige que gastemos más para defendernos dentro de la OTAN frente a las amenazas globales.
¿Cómo desarrollar una IA europea? Lo decíamos antes: alineando las capacidades y coordinando los esfuerzos inversores e investigadores dentro de una dinámica de cooperación especializada. Otras veces lo hemos hecho y hemos ganado la partida, como sucedió con Airbus. Tenemos masa crítica para hacerlo. Disponemos de talento; recursos económicos; datos de extraordinario valor selectivo y agregado; potencia de cálculo y capacidad de entrenamiento instalada; energía barata y renovable que reduce la huella de carbono; instituciones de investigación con solera y reputación, así como infraestructuras que permiten el desarrollo de diferentes modalidades de sistemas de IA aplicables a la industria 4.0, a la salud, las finanzas, la seguridad, la agricultura, la defensa, la movilidad o la cultura y el entretenimiento. Pero lo más importante: tenemos inteligencia colectiva aplicable a su desarrollo y un ecosistema colaborativo que sabe cómo trabajar dentro de una red de seguridad ética que da propósitos a la IA poniéndola al servicio del bien común. No nos sobran reglas sino que hay que definir las justas. Y sobre todo, nos sobra burocracia, que no es lo mismo. Innovar para el bien requiere reglas que den sentido a la imaginación. Hay que saber para qué y por qué se imagina. Y de eso sabe Europa desde hace más de 2.500 años.