En la entrevista mantenida a través de la plataforma X entre Elon Musk y la líder de Alternativa para Alemania, Alice Weidel, esta última calificaba a Hitler de comunista. La dirigente ultraderechista pretendía con ello asociar el mal absoluto que representa el dictador nazi con ese otro paradigma del averno que fue derrotado con el hundimiento de la Unión Soviética y que, por extensión, la ultraderecha actual identifica con el gran Estado.

La derecha extrema que va a asumir la presidencia de EE.UU. el próximo lunes y las que brotan en toda Europa son movimientos no uniformes que aglutinan descontentos de fuentes diversas, pero que comparten algunos enemigos comunes. En primer lugar, la inmigración, como supuesta fuente de los males que acechan a nuestras sociedades. En segundo término, el pensamiento woke, que, desde su perspectiva, deshace las raíces morales de nuestra sociedad con su defensa de los colectivos LGTBIQ+. Y, finalmente, lo que ellos califican como el Estado profundo. Weidel se presentaba como “libertaria” en el coloquio con el magnate tecnológico.
Estamos frente a una coalición de intereses que lucha contra las estructuras de raíz democrática
Ese libertarismo tiene profundas raíces en Estados Unidos, pero resulta novedoso en Europa y separa esta nueva ola ultraderechista de los fascismos del siglo pasado, que eran eminentemente estatistas. Tampoco es generalmente compartido al nivel de los estados nación, pero sirve en todo caso como combustible para encender la hoguera en la que abrasar las estructuras supraestatales europeas.
La profunda desconfianza en el gobierno como potencial enemigo de la libertad individual es, en Norteamérica, parte de la ideología fundacional de la república. La simpatía que genera en amplias capas de la población ha sido capitalizada por sucesivos ideólogos de la extrema derecha en su cruzada contra el Estado de bienestar, que, según ellos, promueve comportamientos parasitarios y atenaza la iniciativa individual.
Detrás de Elon Musk y de otros paladines de este movimiento hay un ideólogo reflexivo, promotor o inversor en algunas de las empresas más disruptivas de Silicon Valley y consejero de Meta. Se trata de Peter Thiel, quien, ya en el 2016, cuando los magnates digitales que ahora van desfilando por Mar-a-Lago daban la espalda a Donald Trump, apostó por él. En el ideario de este interesante y controvertido personaje, el Estado democrático se ha revelado como un obstáculo al desarrollo tecnológico. Frente a la ineficiencia que representan las estructuras garantistas de los estados democráticos, propugna la liberación de las ataduras regulatorias a fin de que la ciencia pueda desarrollarse libremente. Tampoco hace ascos al autoritarismo que ejercen algunos hombres fuertes como Vladímir Putin y, por supuesto, Donald Trump, al considerar que su concepción vertical del poder hace más eficiente el sistema político. Otra de las peculiaridades de su ideario es el rechazo a las normas protectoras de la competencia, pues sostiene que el control monopolista de los nuevos mercados favorece la investigación y el avance de la ciencia. No es de extrañar, pues, que encuentre adeptos entre los titanes de las Gafam (los cinco gigantes tecnológicos).
En nuestro continente, el gran enemigo que aglutina todos los males es la Unión Europea, que, con su política de derechos humanos, sus regulaciones progresistas y su defensa de la libre competencia, estaría inundando Europa de inmigrantes y coartando la libre iniciativa. El problema es que la crisis económica que azota Alemania, en parte asociada a una regulación de la transición energética poco realista, y la crisis política de Francia hacen que el discurso cale con fuerza también en los dos países que han conformado históricamente el eje de la construcción europea.
Y hemos de ser conscientes de que el mensaje de fondo es tremendamente corrosivo. Porque ya no estamos ante el Donald Trump marginado que alcanzó por accidente su primera presidencia, sino frente a una formidable coalición de intereses que tiene por objetivo la lucha contra las estructuras de raíz democrática, particularmente las de la Unión Europea, para poder desarrollar su programa imperialista en lo político y supremacista en lo tecnológico. Europa debe reaccionar si no quiere verse engullida en ese torbellino. Se trata de una batalla existencial.