Un día de estos, voy a descolgar de la pared un azulejo en la entrada de casa que dice “Aquí vive un hincha del Madrid” –aparece un señor con bigotito y bombín, muy flamenco, en una mano el escudo y en la otra una Copa de Europa– para sustituirlo por un cartel que proclame: “Aquí vive uno que ni ve series ni está en las redes”.
(Lo de retirar el azulejo vintage tiene explicación. El otro día, un operario se emocionó al verlo y casi se funde conmigo en un abrazo: “He nacido aquí y también soy del Madrid desde niño”. No tuve el coraje de decirle que era chufla y casi le hablo bien de Vinícius Júnior).
Por pereza, desconfío de la modernidad a granel y soy de verlas venir –en este sentido y en el otro–, de modo que espero a valorar los efectos del progreso antes de abrazarlo, y así estamos, sin perfil en X ni microondas ni freidora de aire.
Las series tienen algo de tiempo muerto para domingos de parejas sin hijos o sin nido
Las redes desembarcaron en nuestras vidas y todo eran ventajas sin contrapartidas. ¡Entrar en la intimidad de la gente! Sin caer en la cuenta de que tenías que vender la tuya. ¡Difundir todos los artículos que perpetras y ganar amigos! Eso... y encima gratis, para que nadie desembolse algo a la empresa que me paga religiosamente por escribir. ¡Te enteras de todo al momento! Sí: un solterón de First dates ha llamado gorda a su cita, los Reyes le dejan una camiseta de Dani Olmo y vea usted la reacción del niño y ventajas por el estilo, tal que insultos anónimos.
Y ya no digamos las trolas y los faroles que crean las redes, caballo de Troya de las democracias.
No habiendo visto aún El tercer hombre por trigésima vez, nunca he encontrado el tiempo para engancharme a una serie, de esas que duran lustros y tienen –eso dicen– unos guionistas sensacionales.
Las series siempre me han parecido un analgésico para los domingos por la tarde de las parejas sin hijos o con nido vacío. Hacen, vaya, casado. Permiten, eso sí, dar conversación, pero tienen algo de tiempo muerto, eso que piden los entrenadores de baloncesto mientras tú lo que deseas es el desenlace del partido.
Llegados a ciertos puertos, a lo último que aspira uno es a los tiempos muertos. O a las modernidades de a tanto el kilo.