Las humanidades educan a la juventud, deleitan a la vejez, realzan los momentos felices, ofrecen refugio y consuelo en los adversos, procuran bienestar en casa, no estorban fuera, velan y viajan con nosotros, nos acompañan siempre”. Esto escribe Cicerón en su Defensa del poeta Arquías, una maravillosa defensa de la literatura, en el 62 a.C., discurso en el que defiende la concesión de la ciudadanía romana al poeta griego Arquías.
Han pasado más de dos mil años desde este discurso de Cicerón en el que reivindica con contundencia, y con qué belleza de estilo, por cierto, la necesidad de la literatura en la sociedad. El mensaje sigue siendo actual (por eso son clásicos) y lo recuerdo ante el intento, afortunadamente fallido, de la consellera Esther Niubó de relegar las literaturas catalana y castellana a asignaturas optativas en el bachillerato.
Despojar a los jóvenes de este tesoro es negarles el acceso a siglos de sabiduría
La literatura no es un mero ornamento académico; es el alma de nuestra cultura, la chispa que conecta generaciones y la brújula que nos orienta en un mundo cada vez más deshumanizado. Despojar a los jóvenes de este tesoro es negarles el acceso a siglos de sabiduría, a voces que les ofrecen compañía en la soledad y perspectiva en la confusión. Además, ¡leer es divertido!
Ya Cicerón defendía que la literatura tiene un valor intrínseco que trasciende la utilidad inmediata. Reivindicarla es defender la capacidad de soñar, reflexionar y cuestionar. Como el añorado Nuccio Ordine nos recordó en La utilidad de lo inútil, estas disciplinas que parecen “inútiles” sostienen el tejido de una sociedad verdaderamente humana. Reducir la literatura a simple opción en el currículo no solo empobrece la formación intelectual de los estudiantes, también priva a la sociedad de ciudadanos críticos, empáticos y capaces de imaginar un futuro mejor. Y es que “vivimos como leemos”, como afirma mi querido Gregorio Luri en Sobre el arte de leer. 10 tesis sobre la educación y la lectura.
¡Pero si se ha de reforzar la literatura en ESO y bachillerato!, como defendía el editorial de nuestro periódico el miércoles. Es terrorífico comprobar que de los 42.500 estudiantes que hicieron las pruebas de acceso a la universidad solo se examinaron 1.412 de literatura catalana y 1.172 de castellana. ¡Tendrían que haberse examinado todos! La enseñanza de la literatura tiene que ver con la comprensión lectora, que ha empeorado en Catalunya en el último informe PISA, informe que aquí ha sido un descalabro. ¡Y solo se le ocurre al Govern reducir la literatura! Hasta en lo peor hay siempre algo positivo, así que gracias a la consellera por abrir este debate: si Catalunya quiere jugar en la Champions de la educación, hay que poner más literatura.