En España, el 22 de diciembre no es solo un sorteo; es un espectáculo que mezcla emoción, ritual y, cómo no, un toque de surrealismo. Este año, entre bombos girando, niños cantando números interminables y un público entregado al show, ocurrió lo impensable: una niña de San Ildefonso, Yadira Quinde Mendoza, cantó un premio que no existía. Y España, que nunca pierde ocasión de convertir lo cotidiano en épica o en conspiración, no tardó en hablar de sorteo amañado.
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Los niños de San Ildefonso cantan el gordo
Estaba todo servido para la histeria colectiva: en el Teatro Real de Madrid, donde se celebra este evento como si fuera la última obra de una temporada, había personajes dignos de una novela de Cervantes. Un Quijote y un Sancho Panza, sin ningún contexto ni justificación, se paseaban entre la platea. Una señora apareció vestida como si hubiese salido directamente de una siesta de sobremesa. Otro decidió que el atuendo de obispo era la mejor opción para atraer la suerte, o tal vez la indulgencia divina. Y, por supuesto, los gorros de Papá Noel, omnipresentes, que parecían la versión invernal de las chanclas en verano.
Mientras, las bolas seguían cayendo, los niños cantaban más nerviosos que nunca y Valencia se llevaba una buena parte de los premios. ¿Casualidad? No. Muchos de los boletos ganadores se habían vendido en una administración de lotería situada en una comunidad golpeada por la tragedia. Porque somos así: morbosos hasta el tuétano, buscamos la suerte en las cicatrices. Como si el destino tuviera una deuda pendiente con aquellos que más han sufrido. O como si, comprando un boleto allí, uno pudiera absorber algo del aura mágica de la desgracia superada.
Lo que queda del sorteo es el absurdo colectivo, la mezcla de fe, superstición y humor que define este país
Pero al final, lo que queda de este sorteo no es el dinero, que desaparecerá rápido entre hipotecas, coches nuevos y cenas familiares absurdas. Queda el absurdo colectivo, la mezcla de fe, superstición y humor que define este país.
El Teatro Real es, por un día, el escenario de las contradicciones: un lugar donde lo solemne y lo cómico, lo esperanzador y lo absurdo, conviven con total naturalidad. Porque aquí, hasta un sorteo puede convertirse en una novela de aventuras, con héroes, villanos, errores y un premio que, como casi siempre, toca en otro lugar.