He conocido a pocos, muy pocos, solo a tres (o más bien a dos y medio), agraciados con la lotería, la quiniela o la primitiva. El de la primitiva acabó sus días, pero no su dinero, en el quirófano (en una operación estética innecesaria); el de la lotería consiguió partir peras con los suyos para perder hasta el último céntimo entre aduladores y volver muy rápido a la casilla de salida (no pobre, pero casi), y solo el quinielista premiado (que ya nadaba en la abundancia) consiguió divertirse sin arruinarse con su redoblada fortuna. Quizá porque tuvo la feliz idea de repartirla.
Corría el año 1984. Era exactamente un domingo, el 11 de marzo. El tiet milions bajaba en coche de Cadaqués con la radio a todo volumen sintonizada, claro, con el partido del Barça. Y Schuster marcó en Málaga. “Cógete el boleto y repasa –le dijo al copiloto–. Te llevas el diez por ciento si esto acaba como imagino”. El locutor ratificó el triunfo blaugrana y fue cantando una a una el resto de las casillas hasta confirmar el catorce de Miquel Horta ( él era el tiet milions ) y la comisión de Carles Flavià (él era el copiloto). Aunque ahora ese diez por ciento (veinte millones de pesetas) apenas serviría para reformar un apartamento cualquiera en Barcelona, entonces sobró para abrir Baticano. Era el primer bar que el maestro de la irreverencia, mánager de artistas, empresario de locales (nocturnos, claro, lo suyo era la noche), monologuista, actor de vocación tardía y hombre espectáculo integral montó recordando su primera vocación.
La del sacerdote de parroquia obrera que fue hasta perder la fe. Flavià, el cura que cambió a Dios por el mundo, el marido de Lucila, el padre papeles que todos echamos de menos en el Natació Barcelona, el intimísimo de Rubianes y Gato Pérez (fue su mánager, así como de la Platería), de Jaume Sisa, de La Voss del Trópico (Jordi Farràs), de Rafael Moll y de Manel Sousa (el de las memorables fiestas de “Guanya’t el cel amb el pare Manel” en Luz de Gas donde en nada, en diez días, se nos jubila el gran Fede Sardà), sí supo disfrutar de su doble golpe de suerte. Primero, viviendo la vida que quería cuando colgó los hábitos en 1982. Y luego, sacándole las máximas risas posibles al pellizco regalado de la ajena quiniela millonaria.
Pero ya está. Por no saber de nadie más que haya sido capaz de sacar rédito de los golpes de suerte ludopáticos, cada vez entiendo más a mi querido Juan Robles (que como Andic, Uriach y Rius se ha ido en esta semana, ya me perdonarán, de mierda), que compraba mucha lotería con la única esperanza de que no le tocara nada. Demasiado dinero no trabajado, me sermoneaba, solo te puede hacer muy desgraciado.