Eso es lo que ha pasado entre los hechos de octubre del 2017 y este final de año del 2024: un septenio. Siete años que han servido para que algunas empresas –las menos– hayan regresado a Catalunya y para que ERC se haya partido en dos y Junts se haya instalado en la divergencia. ¡Ah, sí! Y tenemos otra vez un president socialista en la Generalitat. De Montilla a Illa.
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¡Siete años ya y cómo pasa la vida! Y aunque en las vueltas y revueltas de estos siete años bastante convulsos hubo algún momento en que el tiempo transcurrió lento y exasperante, a vista de hoy casi todo ha pasado muy rápido y los cambios son evidentes. Dejémoslo ahí, si les parece.
La Catalunya de hoy difícilmente se reconocería en la del 2017; yo la veo mejor
Ya sabrán que hay una teoría, entre la medicina alternativa y la pura especulación, que propugna que cada siete años todo cambia en nuestras vidas. El austriaco Rudolf Steiner (me resisto a llamarlo filósofo) basó buena parte de su antroposofía en afirmar que nos desarrollamos en ciclos de siete años. De cero a siete, de siete a catorce, etcétera. Cada siete años se regeneran nuestras células y se producen cambios que ya debían intuir los anglosajones cuando acuñaron lo de la comezón del séptimo año para anunciar una crisis matrimonial. El título original de La tentación vive arriba, la inolvidable película de Billy Wilder con Marilyn Monroe, era justamente ese, The seven year itch. Así que cada siete años nos desarrollamos o envejecemos, subimos o bajamos un escalón de la pendiente cuesta abajo que es la vida a partir de los 21 (no es cosa mía; échenle la culpa a Steiner). Aunque también pueden ustedes optar por la versión más exótica y oriental y aceptar que, cada siete años, los chakras se regeneran y quedan alineados de otra manera. Vamos, que hasta nuestra experiencia sexual o amatoria se rige por ciclos de siete años.
Así, habrá que prestar mucha atención a este aniversario, este septenio que nos está pasando, con todo lo que sucede en el ancho mundo, un tanto desapercibido. Porque pudiera ser que no nos estemos enterando del todo de que nuestra Catalunya ha mutado y sus afectos y hasta su piel han cambiado y no es que esté a punto de ser otra, es que ya es otra. Si hubiera un espejo donde mirarse, la Catalunya de hoy difícilmente se reconocería en la que empezó este septenio ahora cumplido. Yo la veo mucho mejor así: más madura y sensata.