No le quedaban muchas cartas por jugar. Bien, sí, una. La que hizo enviar a su abogado al letrado de la otra parte para tratar de redimir su engaño. “De común acuerdo con Alberto González, les comunico que es voluntad firme de esta parte alcanzar una conformidad penal, reconociendo íntegramente los hechos”, le hizo escribir. Acto seguido, lo más doloroso. Reconocerlo, la revelación: “Ciertamente se han cometido dos adulterios contra la Frutería Pública”. Queda claro, pues, que ha amado mucho a algunas otras, pero que todavía ama a su pareja. Alberto González es, pues, amador confeso.

Alberto González Amador, pareja de Isabel Díaz Ayuso
Sin ánimo de defraudar, pero la historia es inventada. O más bien, reinventada, un remake. Porque no pueden decirse ya las cosas como son, por su nombre, a no ser que se ansíe una demanda de conciliación. La foto que acompaña es aleatoria... del primer Alberto González que hay en la base de datos, vaya... Hay que ser práctico, hoy en día. Ahora se llevan las cosas espesas y el chocolate claro, llamar al pan vino y al vino pan. Si no, la querella amenaza con hacerte ir p'alante –según la RAE– o pa'lante –según Fundeu y MAR, aliasMiguel Ángel Rodríguez. Se hace imprescindible, además, asegurar el tiro para no ser reclamado: ¿cuántos albertos gonzaleses puede haber en el mundo? ¿350.951, según datos del 2020 y del 2021? ¡Salvados!
Decir sin acabar de decir. Con semantismos, si hace falta. El amo de Azrael le obliga a comerse como buen gato a todos aquellos que ve en Gaza como pitufos y la ONU se ve impelida a utilizar el condicional o un tiempo verbal supositivo para hablar de genocidio.
O decir sin decir, directamente. Un texto de una revista se postula para el Trofeo Subterfugio 2024 después del esfuerzo titánico por supuestamente evitar concretar en toda la pieza la condición sexual de un nieto del emérito. “Más que compañeros de vivienda, son amigos profundamente unidos que tienen valores y metas parecidas”, se lee, por ejemplo. “Un premio para la persona que ha descrito la palabra homosexual en este artículo de 45 formas diferentes”, comenta @jl_piqueras.
El eufemismo como arte. Pero si hay quien confiesa un asesinato es un asesino confeso. Porque lo ha reconocido y por mucho que todavía no lo sea desde un punto de vista judicial. Decir que no es confeso es engañar, porque las afirmaciones no son exclusivas del ámbito judicial. Ante todo, son términos del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), no de textos jurídicos.
Así que si admito que soy un rata por haberme comido la última aceituna sin esperar que todo el mundo se sentara a la mesa, soy un rata confeso. No necesito que me lo reconozca un juez. Y si alguien confiesa que ha defraudado (y encima, negro sobre blanco), es un defraudador confeso, además de amador.