En la página 9 del último Time, abajo, a mano izquierda, en ocho líneas en letra pequeña, viene la noticia. La catedral de Notre Dame, reconstruida, anuncia que revive. Una gran noticia en un formato muy pequeño. Casi me la salto.

Tengo un amigo albañil. Muy amigo y muy albañil. Estuvimos juntos en la basílica de San Pedro, en Roma. Como siempre, yo impresionado por la grandeza. Él no había estado nunca. Le vi impresionado por la pequeñez.
Cuando yo me arrodillaba, él se arrodillaba, mirando al suelo. Y luego me comentaba, admirado, cómo habían incrustado unos pedacitos (eso me parecían a mí) de baldosines en el mármol en el que nos habíamos arrodillado.
Mi amigo albañil se hubiera emocionado al ver el letrero “Merci” en la catedral francesa
O sea, yo veía el trabajo de los arquitectos, y él, el de los albañiles. Muchos más en número y, pensaba yo que pensaba él, más importantes.
De vuelta a casa, le oí explicar la basílica de San Pedro. Yo la explicaba a lo grande. Sede universal de la Iglesia católica, empezada a construir en 1506, arquitectos Miguel Ángel, Bernini y diez o doce más, estilos renacentista y barroco…
Él, con sus amigos. Miles de detalles pequeños. Oí varias veces lo de los baldosines…

No me han invitado a la reinauguración de Notre Dame. Estaba casi lo mejor de lo mejor. No lo digo por nuestro ministro de Cultura, que no pudo desplazarse porque tuvo que ir al circo con la familia y la familia es lo primero. Lo digo por nuestros Reyes, que, una vez más y llevamos muchísimas, hubieran dejado a España en un excepcional buen lugar.
Tampoco invitaron a mi amigo el albañil. Hubiera visto miles, millones de cosas pequeñas. Y se hubiera emocionado al ver el letrero “Merci”, porque habría entendido que ese letrero iba dirigido a mucha gente, pero él, que es como es, habría pensado que en esa “mucha gente” estaban incluidos los miles de obreros que, a fuerza de incrustar baldosines, habían hecho una obra maravillosa.
P.S.
Cuando escribo el artículo me llaman. Mi amigo el albañil ha fallecido. Me da mucha pena. Estoy seguro de que Dios ya le ha premiado las muchas cosas buenas -todas pequeñas- que hizo en esta vida.
Y también estoy seguro de que, desde el cielo, Dios le señala la basílica de San Pedro en todo su esplendor y mi amigo le contesta: “¿A que no sabes cuántos baldosines hay incrustados en el baldaquino de Bernini?”.