Jugarse la vida con una mochila: ¿avance o retroceso?
EL PATIO DIGITAL
El pasado mes de abril, un joven repartidor de comida a domicilio circulaba en bicicleta por la avenida Ciudad de Barcelona, en Madrid. Una vía con ligera pendiente ascendente, de tres carriles. Era de madrugada. Un taxi golpeó con fuerza al trabajador, que murió prácticamente en el acto. Desde entonces, una bicicleta anclada a una señal y flores que se van renovando recuerdan que un rider falleció en ese lugar. No ha sido el único en los últimos años. De hecho, el gremio cuenta con una de las mayores tasas de siniestralidad en la hostelería, según la mutua Asepeyo.
En las puertas de restaurantes, en las colas de las cafeterías o en los locales de comida rápida, los riders forman ya parte del paisaje de la gran ciudad. Algunos, los más afortunados, tienen moto. Otros usan bicicletas de pedaleo asistido. Los que no tienen para un vehículo electrificado pedalean sin descanso. Es un trabajo que ha cambiado la forma de consumir comida y que ha universalizado el reparto a domicilio. Con horarios intempestivos, muchos de ellos migrantes, aunque llueva o haga calor, la mayoría jóvenes, los repartidores están ahí, jugándose en ocasiones la vida por traernos nuestra hamburguesa o tacos mexicanos.
Poco se valora su trabajo y, por ello, cuando una noticia irrumpe en el día a día del gremio, es celebrada. O demonizada. Esta semana, la multinacional Glovo ha anunciado que pasará a contratar, como asalariados, a repartidores con los que ha venido operando en los últimos años y abandona así el modelo de autónomos. La compañía comunicó la decisión el día antes de que su fundador declarara ante el juez en el marco de un proceso penal por su modelo de negocio.
Las redes sociales vieron la polémica de Glovo como tantas otras: mostrando su división. Las dos Españas, de nuevo. Broncano o Motos. Derecha o izquierda. Lo habitual. Hay quien piensa que la compañía lleva años “incumpliendo sistemáticamente derechos básicos laborales” y que ahora contrata a los repartidores “porque no le queda más remedio”. También hay quien hoy presume de que en su día decidió no hacer sus pedidos por Glovo y apostar por otro tipo de aplicaciones con otro tipo de condiciones. Y también hay quien destacó que, “cuando os digan que la política no sirve para nada, recordad a los 60.000 falsos autónomos de Glovo que no tenían reconocidos sus derechos y que gracias a la ley rider estarán protegidos”.
En el lado contrario, se hizo viral un comentario de un tuitero que afirmó que Globo es “de lo poco que teníamos a nivel tech para sentirnos orgullosos y se lo han cargado”. Su conclusión es que “unos cuantos de miles de riders perderán su trabajo”, que el coste lo asumirá el consumidor y que, por tanto, “los restaurantes recibirán menos pedidos y harán menos dinero”. Archiven este razonamiento de cara a la inminente subida del salario mínimo interprofesional.
Hay quien también denuncia que se trata de una “persecución judicial” y que “hay delitos más graves que no se persiguen con la misma severidad”. La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, desvelaba el lunes que más de 200 inspectores de trabajo han trabajado en perseguir prácticas como las de Glovo.
El modelo de reparto de comida a domicilio y, por extensión, la digitalización de la economía han de llevar aparejada la preservación de unos derechos laborales que no ha sido fácil adquirir. Nuestros abuelos y padres aún recuerdan las huelgas salvajes que, a cambio de no cobrar, tenían que protagonizar para poder mejorar sus condiciones. Ante la revolución digital en la que el mundo está inmerso, y como el futuro laboral es tan incierto, que algunos riders puedan dejar de ser falsos autónomos supone un avance que no es menor.
En los próximos años habrá empleos y formas de trabajo que ni nos podemos imaginar en este momento. De lo que se trata es de que ese progreso no suponga una regresión en algunos derechos. En las revoluciones, la perjudicada no puede ser la base, sino que el avance tiene que llegar también a los de abajo. Incluso al que se juega la vida con nuestra hamburguesa en una mochila.