Éxodo y fundación

el patio digital

Tiembla el suelo en la red social antes conocida como Twitter: su principal rival, BlueSky, ha sido la principal tendencia mundial (y también española) del fin de semana en el foro de Elon Musk; el equivalente a que el tema más comentado en Mercadona sea la calidad de los productos de la marca blanca del Día o del Lidl. Como si de pronto a nadie le interesaran las pretensiones de Hacendado pero en las colas de la caja del Mercadona se escuchara todo el tiempo: “Aliada”. U oír en la cola del McDonalds “a la parilla sabe mejor”. Un terremoto.

(FILES) In this file photo taken on May 2, 2022 Elon Musk attends the 2022 Met Gala Celebrating

Elon Musk en la Met Gala de 2022. 

DIMITRIOS KAMBOURIS / AFP

Los seísmos asustan por un motivo primordial, orgánico: tiembla lo único que es inequívocamente inmóvil para la percepción humana, el suelo. De algún modo, el suelo es la última certeza de la especie, el único parapeto físico ante lo cambiante es el contacto de nuestros pies con esa verdad última, firme y horizontal. Es cierto que el terreno nunca se mueve con la violencia desatada y apocalíptica de una tormenta en alta mar, pero a los océanos siempre les hemos pedido aventura, descubrimiento y fortuna, nunca los quisimos como cobijo y certidumbre. Pero la tierra tiembla y nos aterra, aunque no se caiga una teja ni se vuelque una maceta.

Si el seísmo de estos días es un calentón o el principio del fin para el foro de conversación pública más importante del planeta del siglo XXI es pronto para decirlo, pero es patente que en las últimas noventa y seis horas hemos cambiado de fase, quizá de era. Arrimando el ascua a nuestra sardina –pero hablando con franqueza–, y viendo los horarios del trashumar hacia el clon de la mariposa, parece innegable que el anuncio de La Vanguardia de que cesaba sus operaciones en el chiringuito de Elon Musk ha tenido un efecto silbato, en lo que al exTwitter español se refiere. Sin presunción, cuando menos parece la minúscula gota que hace derramarse al vaso.

Este rápido movimiento migratorio, bastante espectacular por sincronizado, por su volumen y porque, en términos mundiales, habla de forma inequívoca del rechazo de una parte de los usuarios a las flagrantes operaciones de manipulación política del rico heredero cohetero, es pues éxodo y no diáspora.

Por el volumen y la orientación, el exilio de los usuarios de la red antes conocida como Twitter es más éxodo que diáspora

Ambos son conceptos históricos que aluden a una migración masiva y ambos suelen ser respuesta a crisis repentinas o a una hostilidad en origen, sea cuestión del habitat o fruto de la llegada de agentes agresores. Pero la diáspora alude a una dispersión sostenida en el tiempo, sin un destino específico ni un propósito declarado, más allá de la huida. En cambio, el éxodo es el movimiento súbito de todo un pueblo hacia un lugar de fundación. En términos históricos, Israel y Liberia, por ejemplo, son el fruto de éxodos del siglo XX, mientras el pueblo armenio, tras padecer un genocidio a manos de los turcos hace un siglo, aún es más numeroso hoy en la diáspora que en la patria. 

En el ámbito de lo legendario, claro, el éxodo canónico es el del pueblo hebrero desde Egipto a la Tierra Prometida, comiendo de los chubascos de pan. En el caso judío, hay una diferencia muy obvia entre el éxodo mítico y el real: el primero fue una huida de la esclavitud, el segundo fue, precisamente, el movimiento reflejo y antitético de una diáspora previa que duró siglos. 

Son distintos también en el ámbito simbólico, cultural, pues el éxodo encarna esperanza, tesón y una búsqueda colectiva de libertad o redención, mientras que la diáspora es resiliencia, adaptación y el mantenimiento de una identidad colectiva dispersa y anhelante. El primero funda, el segundo aguarda. El éxodo es causa de futuro, un tiempo que echa a andar, la diáspora es consecuencia del pasado y el tiempo queda en suspenso, soñando un retorno. La diáspora es irse, el éxodo es volver. Y esa diferencia medular entre el éxodo y la diáspora es la razón por la que Elon Musk debería preocuparse por el destino de Twitter, si acaso le preocupa algo más allá del nacionalismo derechista de un país en el que él mismo no es más que un acaudalado migrante africano.

La clave de bóveda, en fin, del movimiento de comunidades democráticas enteras hacia BlueSky al que estamos asistiendo, decenas de miles  de usuarios que huyen del racismo, el machismo, la homofobia y el nacionalismo extremo que el mejor amigo de Donald Trump ha convertido en algoritmo de su red, es que parece diáspora pero es éxodo. Hay destino y voluntad fundante. Y que, mientras en la tierra nueva –tan parecida a cómo era la que dejamos atrás, antes de que Scar asesinara a Mufasa, alzara a las hienas y agostara la sabana– nos recibimos con sonrisas y vamos adecentando los campamentos provisionales en sextaferia, algunos prometemos seguir practicando un arte propio de los dioses: la bilocación.

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