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¿Walt Disney robó a Mickey?

Que un teatro público agote las entradas de todas sus funciones no es algo usual. Incluso está mal visto porque algunos opinan, frunciendo el ceño, que es una prueba inequívoca de que se ha pasado al lado oscuro de la comercialidad. Olvidan que no pocos clásicos que aplaudimos en la contemporaneidad (de Shakespeare a Sagarra pasando por Lope de Vega) fueron auténticos taquillazos, que diríamos hoy, pues, si bien es cierto que el éxito no garantiza la calidad, tampoco la excluye. El Teatre Nacional de Catalunya (TNC), con su espectacular musical Ànima –que recrea, sin decirlo, episodios de la vida de Walt Disney–, ofrece una muy destacada propuesta que, más allá de su última función de hoy, merecería ser re­puesta.

Walt Disney y Mickey Mouse 

Walt Disney

El retrato de Disney (bueno, aquí, simplemente, Walter) como un emprendedor visionario que seguía su sueño pero a la vez alguien sin escrúpulos a la hora de explotar a sus trabajadores o de apropiarse del trabajo de otros es una estimulante aproximación sin maniqueísmos que nos aleja de las edulcoradas hagiografías tan habituales en este género. La obra plantea, entre otras cuestiones, el tema de la paternidad de Mickey Mouse. 

Algunos biógrafos, como Jeff Ryan o John Kenworthy, señalan al tímido Ub Iwerks, un amigo de Walt Disney, como la persona que realmente dibujó el ratón aunque se lo acabara apropiando el hábil magnate, que inventó una historia épica sobre su supuesta creación del personaje. Salvando las (muchas) distancias, la editorial barcelonesa Bruguera mantenía en parecidas condiciones a sus dibujantes, desposeídos de sus creaciones hasta el punto de que incluso Francisco Ibáñez estuvo unos años sin poder dibujar su Mortadelo.

Algunos biógrafos señalan al tímido Ub Iwerks como la persona que realmente dibujó el ratón

En un momento en que, ante el imponente barco de Mar i cel, atracado en el teatro Victòria, escuchamos a un espectador preguntarse: “Hoy ¿quién sería capaz de hacer algo así?”, una de las posibles respuestas puede encontrarse sobre las tablas del TNC. Cierto, también existen meri­torias e impactantes producciones privadas, pero normalmente se trata de franquicias internacionales, mientras que Ànima cuenta con texto y música originales, es una producción propia de manual, aunque algún despistado pueda creer que se trata de la traducción de un éxito de Broadway.

El TNC de Carme Portaceli, que refleja acertadamente en su programación otras vertientes creativas –muchas de ellas, minoritarias–, se ha apuntado un tanto con este éxito. Incluso anoche –¡coincidiendo con el Madrid-Barça!– no cabía un alfiler, ni en las localidades con visibilidad reducida. El público no hace daño a nadie.

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