En el complejo sistema electoral norteamericano, ser el candidato más votado no es suficiente para llegar a la Casa Blanca. Cada uno de los cincuenta estados aporta un número de delegados electorales en función de su población, hasta configurar 538 votos, un número par que posibilitaría un hipotético empate a 269 entre los dos candidatos, algo que nunca ha ocurrido en la historia de la república.
Pero tampoco hay muchos precedentes de unos comicios tan ajustados donde uno de los candidatos no se ha comprometido a aceptar el resultado de las urnas. Al contrario, Donald Trump ha organizado un ejército de abogados, comentaristas, matones y conspiradores dispuestos a cuestionar cualquier escrutinio que no le devuelva la presidencia. De momento, ya han impugnado el registro electoral de unos 100.000 electores de los siete estados donde se decidirá la contienda, para apartarlos de las urnas, y 175.000 voluntarios trumpistas están listos para fiscalizar los centros electorales el día de la votación.
La estrategia pasa por crear un clima de supuesto fraude, sembrando de demandas los tribunales de todo el país para, en caso de derrota, recurrir judicialmente hasta llegar al Tribunal Constitucional, donde el candidato republicano tiene una clara mayoría forjada durante su presidencia.
Todo ello sin descartar un nuevo golpe de Estado, como el que alentó Trump el 6 de enero del 2021 y que culminó con el asalto al Congreso. Después de la reforma de la ley de recuento electoral que ha blindado la Cámara, el riesgo se sitúa en los días posteriores al 5 de noviembre, sea durante la certificación de los electores, la reunión de los colegios en Washington o en la lluvia de recuentos que sin duda los republicanos impondrán en los distritos donde resulten perdedores, con el objetivo de dilatar los plazos y acrecentar la incertidumbre sobre la pureza del sistema.
Lamentablemente, el viento sopla a su favor, porque a pesar de estudios independientes donde se demuestra la transparencia de las elecciones que hace cuatro años dieron la presidencia a Joe Biden, según una encuesta de la CNN, un tercio de los americanos y dos tercios de los votantes republicanos siguen creyendo que su victoria fue fraudulenta.
La embestida de Trump se explica por lo que se juega en estas elecciones. Si gana, volverá al despacho oval, se vengará de sus adversarios y se autoamnistiará de los muchos delitos que le acechan. Si pierde, le espera un calvario judicial, la ruina y muy probablemente, la cárcel. O todo o nada.