Un huracán decepcionante
Florida se preparaba para el huracán más bestia de la historia. Incluso se habló de crear nuevas categorías en los niveles máximos porque iba a batir récords. En los informativos, los presentadores utilizaban la realidad inmersiva para mostrar un muro de agua gigante que lo inundaría todo en el peor de los casos. Aquello parecía más una ficción que una predicción meteorológica. La alcaldesa de Tampa aseguraba que quien se quedara allí moriría. Estábamos a punto de presenciar el apocalipsis.
Millones de personas evacuaron sus hogares. Horas antes de que el huracán Milton tocara tierra, varias plataformas retransmitían imágenes en directo de la Costa Oeste de Florida. Centenares de curiosos se asomaban a ellas esperando ver un filme de Roland Emmerich. El morbo les hacía desear el desastre desde la distancia física y la que pone la pantalla: cuanto más peliculero es algo, más deshumanizador. Todo estaba tranquilo, un chico paseaba a su perro, una pareja abría un paraguas junto al río. En el chat, los usuarios se dividían entre los escandalizados que gritaban por escrito: “¡Qué hacen estos locos!”, y los que se reían de las previsiones, “el cierzo en Aragón le da mil vueltas al Milton”. La burla y la banalización de la gravedad también son formas de distancia.
Muchos jóvenes anunciaban que decidían quedarse en Tampa para vivir el fin del mundo
En TikTok, jóvenes anunciaban que habían decidido quedarse en Tampa para vivir el fin del mundo; con un poco de suerte, los vídeos que grabaran se harían virales. Se sentían protagonistas de un espectáculo único. Luego el huracán fue perdiendo fuerza y, a medida que bajaba de categoría, disminuían las visitas a las imágenes en directo. Decepción ante la buena noticia: no iba a ser para tanto. Finalmente los efectos fueron graves, sí, pero no apocalípticos. El vaticinio catastrofista salvó muchas vidas, pero no se cumplieron las expectativas.
La cuestión ahora es con qué medios contará la información la próxima vez que necesite alertar a la población. Recurrir a realidades virtuales, a efectos propios del cine y a relatos distópicos llama la atención y en este caso ha movilizado a la gente. Sin embargo, se aleja de la veracidad y exige subir el tono hasta la hipérbole. ¿Dónde está el límite? Utilizar el lenguaje de la ficción para anunciar fenómenos ya de por sí increíbles acrecienta el riesgo de descrédito.