Una conocida corre de un lado a otro con sus trabajos eventuales, cada uno en una punta de la gran ciudad. Menos mal que existe el metro para reptar como una serpiente subterránea. Como este año tiene mucha suerte, su jornada laboral, entre esto y aquello, suma unas trece horas. Qué bien. De buena mañana sale de la boca de metro con la vida y un táper a cuestas, acelerando el paso porque hoy ha arañado media hora de sueño temerariamente, después del insomnio de la luna llena de la semana pasada. Al parecer, esa gran luna se tragó el descanso de un montón de gente, según contó otra compañera ojerosa. O crees que eres la única que pasa las noches en danza entre sábanas y pensamientos bala. La luna nos afecta como a las mareas o a los lobos y si no le aullamos es porque nos daría miedo abrir la boca de ese modo. Lobuno.
Hoy, ya en menguante, no había forma humana de arrancar de la cama a esta mona enroscada. Y ahora, a correr, con el reloj al cuello, calle abajo, sin desayunar, pero dispuesta a afrontar las trece horas de trabajo que, gracias a Dios, amontona este año, no sea que se quede a dos velas el próximo. Algo le llegó que se anda debatiendo, por cierto, sobre una reducción o no de la jornada laboral. Los que tengan tiempo para saber de qué se trata, quién lo discute y tal, que opinen al respecto.
De buena mañana sale de la boca de metro con la vida y un táper a cuestas
Su verdadero tema ahora es no llegar tarde al primer trabajo del día que se encadena con el segundo, fiambrera con albóndigas mediante, y luego con el tercero, como persona afortunada que es, nadando en la abundancia del pluriempleo este septiembre que, excepto por lo de la luna, profesionalmente hablando se le ha dado genial. De lo que es la vida ni se acuerda.
Ya quedaremos en otro momento porque yo también voy como pollo sin cabeza, le ha dicho alguien en uno de esos watsaps que lleva sin contestar en el bolsillo; le asusta mirar el móvil, y el mundo. Mientras acelera el paso calle abajo, gira el cuello al ver una frutería enfrente, calcula si le queda un minuto para comprar un plátano que le disimule el desayuno y, zas, se estampa de cara contra una señal de tráfico (ojalá no haya sido justo un stop, de eso no se acuerda). Qué ha pasado. Gente buena la ayuda a recuperar el equilibrio para seguir correteando con la frente magullada y las ideas sacudidas, pero sin plátano.