Impactante, el retorno de Jordi Pujol al Palau de la Generalitat. Al recibirlo, Salvador Illa, el anfitrión, seguramente se acordó de la metáfora preferida de su invitado: “Pal de paller” (poste central del pajar), símil rústico que simbolizaba la voluntad de Pujol de reunir el país en torno a él y su partido. Ciertamente, Pujol se convirtió en pal de paller . Pero tan solo de la parte nacionalista del país. Le faltó siempre la otra. Para reunir Catalunya hay que cuadrar el círculo.
Se entiende lo que quería escenificar Salvador Illa al invitar a Pujol. Es uno de los muchos gestos que está haciendo el nuevo president para reparar los vínculos ásperamente rotos en los últimos quince años. Parece que el proyecto ideológico de los socialistas catalanes es el de recoser un país desgarrado por discursos divisivos que levantaban avinagradas murallas internas (independentistas versus unionistas, por ejemplo). Una forma simbólica de impulsar una dinámica reunificadora es reconocer a Jordi Pujol y Artur Mas, que encarnaron una idea de Catalunya diferente a la que Salvador Illa quiere representar.
Es difícil apagar un fuego si el viento de la historia favorece los incendios
Con su actitud conciliadora y concesiva, el president Illa abandera un valor que no está hoy de moda en Occidente, como demuestra la violenta campaña americana, cargada de odio. En Occidente, todo el mundo se refugia en la trinchera. La lógica del frentismo exige la aniquilación del contrincante, redefinido como enemigo. En la batalla política española, cada día está más claro que las dos grandes trincheras sólo dejarán de existir cuando uno de los dos bandos sea completamente aplastado y avergonzado.
Mientras en todo Occidente resucita el fantasma de la guerra civil, Salvador Illa se ha propuesto hacer exactamente lo contrario: dispersar ese fantasma fomentando la idea de que relacionarse con los contrincantes es conveniente y fructífero. Mientras en todas partes está de moda la batalla política a ultranza, Illa quiere poner en valor en Catalunya la transversalidad ideológica y el reconocimiento político de los adversarios. Veremos si lo consigue. Es difícil intentar apagar un fuego cuando el viento de la historia sopla a favor de los incendios.
Es difícil apagar fuegos en tiempo del cólera, sobre todo si relevantes compañeros de Illa se aferran vistosamente a la trinchera. Tal es el caso circunstancial del alcalde Collboni: tenía la oportunidad de hacer un gesto centrado e integrador, pero no se ha atrevido a salirse del tópico guion de una izquierda incapaz de entender obviedades del tipo siguiente: si aceptas que las fiestas de la ciudad se celebren cuando lo indica el santoral y si, encima, las denominas fiestas de “la Mercè”, nombre de la patrona católica de Barcelona, ¿tan complicado es aceptar la misa patronal entre las decenas de actos oficiales de las fiestas? Dicha aceptación no significaría que los laicos se rinden. Tampoco sería una ofensa para los ateos o creyentes de otras religiones, que pueden disfrutar de otros festejos. Significaría, simplemente, la aceptación del legado de la historia y el reconocimiento de aquellos barceloneses que, sin cuestionar que forman parte de un Estado aconfesional, quisieran vivir su fe públicamente, sin tener que someterse a una especie de purgatorio cívico en una penumbra vergonzante.
Más profunda es la discrepancia entre el pactismo de Salvador Illa y el frentismo de Pedro Sánchez, cuyo liderazgo es, de forma inevitable, sectario, aunque no tenga esa intención. Si el actual presidente se propusiera sinceramente dialogar con Alberto Núñez Feijóo, debería cederle la primacía, ya que el Partido Popular cuenta con un apoyo parlamentario superior: dieciséis diputados más. Ceder la primacía implicaría aceptar un rol segundón: el que las urnas decidieron. Lo que significaría el retorno del PSOE a las tesis del difunto Alfredo Pérez Rubalcaba: apoyo al PP por sentido de Estado. La presidencia de Sánchez es absolutamente legítima, aunque haya sido fundada sobre la precaria y fragilísima mayoría de los partidos alérgicos a un hipotético pacto PP-Vox. Ahora bien, la legitimidad frentista del Gobierno de Sánchez en España es intrínsecamente contraria a los planteamientos dialogantes y transversales que está desplegando Salvador Illa en Catalunya. Tal disonancia podría ser su talón de Aquiles.