Ocho años alcaldesa, Ada Colau abandonará en octubre su concejalía del Ayuntamiento de Barcelona: la ciudad, deduzco, se le ha quedado pequeña, el alcalde Collboni es “una decepción” –después de mí, el diluvio– y le aguardan las relaciones internacionales de la Fundació Sentit Comú.
Quizás nos falte perspectiva y aún resultará que se va la mejor alcaldesa de la historia de Barcelona. Nunca se sabe, hoy la historia la escriben organismos públicos. Yo, por ejemplo, estaba la mar de orgulloso con la transición democrática española y ahora resulta que aquello fue un engaño, una chapuza, otra dictadura...
Detecto en el inicio de la gira de despedida de Ada Colau ese poso típico –muy humano– de quien cree que el mundo, en este caso Barcelona, ha sido ingrato y nunca nos hace justicia. ¡Hubiera podido ser ministra! Enhorabuena. Ser ministro, aunque sea de Agricultura, viste mucho en España.
El puesto de alcalde es, por definición, ingrato. Viene a ser el árbitro de un partido de fútbol: el tipo más a mano para desahogarnos. Ada Colau lo ha sido durante ocho años y hay que reconocer que le hemos dado hasta el pelo sin que haya encajado mal la crítica.
La eterna progresía: Colau llegó con pegas al Mobile y se va rajando de la Copa del América
La mía ha sido y es muy sencilla. Exceso de ideología y falta de pragmatismo, de modo que Barcelona se convirtió en un laboratorio de ideas y cambios radicales para impresionar al mundo, mientras se desatendía el sentido común de la gestión municipal: seguridad, más viviendas públicas –menudo balance–, limpieza, sentido institucional (lo contrario del postureo). Bajo su mandato, Barcelona ha impulsado la filosofía del no a todo lo que la da de comer, simbolizada en una fobia al turismo, del que tantos empleos dependen. Llegó con reparos al Mobile World Congress y empieza a despedirse rajando de la Copa del América...
No dudo de sus desvelos ni de la honradez de su gestión –nada de manos en la caja–, pero observo la enésima reedición de una progresía funcionarial que siempre se está reinventando y de la que me separa algo fundamental: su incapacidad patológica de entender dónde y cómo se genera la riqueza. Sin ella, el resto es retórica.