Una de las cosas gratificantes de volver de vacaciones es descubrir que el hogar resulta ese refugio que nos acoge sin pedir nada a cambio. Una de las cuestiones insoportables del retorno a la cotidianidad es el convencimiento de que la política se parece cada vez más a un campo de batalla sin tregua.
Empieza septiembre y el PP envía el mensaje de que el diálogo con Pedro Sánchez es imposible, por lo que aleja la posibilidad de nuevos acuerdos. Pues mal vamos: la política es dialogar, negociar y pactar.
Ya entiendo que a los populares se les hace largo el tiempo de espera en la oposición, pero incendiar los debates no constituye un buen atajo para casi nada. Esta semana hemos visto cómo Alberto Núñez Feijóo criticaba medidas de Sánchez sobre la inmigración que su partido había registrado en el Congreso. Lo malo de tener prisa, es que a veces uno tropieza con sus propios zapatos.
Los protagonistas en los últimos días han sido, cómo no, el ministro Óscar Puente y el portavoz del PP en el Congreso, Miguel Tellado, dos adalides de la bronca política, que demuestran que el curso político empieza como acabó, con mucho ruido, la red X ardiendo y los haters sacando espuma por la boca. Como se escucha a uno de los protagonistas de la serie La fiebre (Movistar Plus+): “No comprendo el mundo de hoy, es como si todo fuera un caos total”.
Al PP se le hace larga la espera y anuncia que no habrá diálogo con el Gobierno
Vivimos unos tiempos desquiciados en que cualquier incidente enciende la mecha del odio, lo que les va bien no solo a los políticos, porque polarizan las posturas y eliminan la gama de grises, sino también ainfluencers que han aprendido a monetizar el resentimiento.
Siento añoranza de aquellos tiempos no tan lejanos en que las afrentas políticas se debatían en duelo, como ocurrió tras una sesión de 1849 en el Congreso. Allí se habían enfrentado verbalmente Antonio de los Ríos Rosas y Luis González Bravo. Al salir, se desafiaron y se batieron a pistola en las afueras de Madrid. González Bravo fue herido en el hombro y Ríos Rosas lo llevó al hospital. Luego incluso hicieron las paces. Al menos resolvían sus diferencias privadamente y no daban la vara al personal, que se limitaba a comentar el suceso en las tabernas sin acritud. No como ahora.