Volver de vez en cuando

Se acostaba exclusivamente con hombres jóvenes. Aurora, el personaje mitológico que personifica el amanecer, cada mañana se elevaba con su carro para anunciar la llegada del sol (de ahí viene lo de la aurora, vivimos rodeados de mitología). Un día Venus la pilló en la cama con su amante, el insaciable dios Marte, y le lanzó una maldición: “Solo te gustarán los hombres jóvenes”. Vamos, que yo no tendría ninguna posibilidad con esta deidad.

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Àlex Garcia

Aurora se enamoró profundamente del bello y joven Titono (hermano de Príamo, el rey de Troya) y en su pasión pidió a Júpiter que le concediera a Titono la inmortalidad. Pero olvidó, ¡ay!, pedir también la eterna juventud para él, de manera que este príncipe troyano envejecía como cualquier otro mortal, haciéndose cada vez más y más viejo, encogido, sin poder moverse, deseando una muerte que nunca llegaba. Al final Aurora se cansó de seguir cuidándolo, lo encerró en su habitación –su voz se había hecho muy chillona– y él acabó convirtiéndose en la cigarra que oímos en las calurosas tardes de verano.

La vacuna de la juventud no nos hará mejores

Como en todos los mitos clásicos, en este también resuenan la condición humana y nuestra eterna lucha contra el paso del tiempo. Lo recuerdo a propósito de la noticia que leía hace unos días en estas páginas sobre el fármaco que frena el envejecimiento en ratones, y que alarga su esperanza media de vida en un 23%. No es por fastidiar, pero es una noticia que se repite cada año: “Se retrasa el envejecimiento en ratones”. Frente a la eterna juventud llena de bondad y armonía en el mundo perfecto –casi como el de Pedro Sánchez– de Shangri-La en Horizontes perdidos de Capra (1937), el protagonista de El retrato de Dorian Gray (1890), de Oscar Wilde, permanece eternamente joven mientras su retrato envejece, reflejando su miseria moral. No sé si se alcanzará la vacuna del divino tesoro de la juventud, pero eso no nos hará necesariamente mejores.

Yo me conformaría, como escribe el genial Luis Buñuel en sus memorias, Mi último suspiro, con “poder levantarme de entre los muertos cada diez años y comprar el periódico. No pediría nada más. Regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir en el refugio tranquilizador de la tumba”.

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