La belleza de lo que se pierde

Cuentan que el gran guitarrista Paco de Lucía una vez, durante un ensayo, grabó una sesión. Al acabarla, la escuchó de nuevo y, ante el estupor del otro músico con el que tocaba, la borró. Según la leyenda, su acompañante le preguntó asombrado y con estupor: “Pero ¿cómo borra esto, maestro?” y el genio de la guitarra respondió: “No tiene duende”. Así quedó todo. Los genios tienen buenas respuestas.

A veces, podemos borrar las cosas porque son irrelevantes, contingentes o rutinarias. De hecho, algunas ni siquiera necesitamos borrarlas porque nunca se registran. Pero en otras ocasiones, nos encontramos frente a momentos únicos, momentos afortunados que reconocemos y apreciamos cuando suceden. En esos instantes, un silencio se impone a nuestro alrededor. Y hay que estar muy alerta para capturar esa fugacidad y retenerla.

Camino de arena entre las dunas de la playa del Saler en València

 

Getty Images

La belleza es comprender que la vida a menudo tiene bellísimos momentos que son elegíacos. A veces, con tintes épicos. Hace­ poco un buen amigo me anunciaba­ algo­ así como su despedida de “todo esto” con humildad, serenidad, vulnerabilidad y ternura. Me tomó de las manos y me dijo­: “Ya no tengo nada que decir”.

Estas lecciones sobre nuestra contingencia y nuestra fugacidad tienen una belleza inmensa, porque nos colocan, desnudos y vulnerables ante el tiempo. Nos hacen sentir pequeños y también grandes, al quitarnos las alfombras bajo las cuales escondemos tantas tonterías. Sí, las cosas que no se pueden reproducir pueden ser doblemente mágicas. Deberíamos aprender a reconocer y a borrar las cosas que no tienen duende.

Mi amigo compartió conmigo aquello por lo que quiere ser recordado, y cuando le pregunté si quería añadir algo más, mencionó la importancia de leer a Séneca y a… (su memoria frágil se detuvo brevemente), hasta que recordó a Montaigne.

He tenido el privilegio de conversar con mi amigo muchas veces. En una ocasión, le pregunté: “¿Qué consejo le darías a alguien que empieza a aprender en la vida?”. Su respuesta fue sencilla y profunda: “Que escuche”. Escuchar, tal vez, sea una forma de vida futura.

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