Las personas entre moderada y alarmantemente online ya habrán visto ese vídeo en el que varios tertulianos de la CNN, casi ninguno de los cuales volverá a cumplir los 55, tratan de explicar a la audiencia qué significa el post “Kamala ES brat ”. La analista Jamie Gangel dice: “Es una cosa cool. Tiene un color, el chartreuse, y Kamala Harris lo ha adoptado”. A continuación, la misma Gangel se pone las gafas y lee la definición que dio la cantante Charli XCX, ideóloga de todo este asunto: “La chica brat es un poco desastre, le gusta la fiesta y dice cosas estúpidas a veces”.
En realidad, brat ( mocoso en inglés) es bastante más. Es el título del disco del verano, de la propia Charli, y del fenómeno que ella ha conseguido montar alrededor de él, con su propio color corporativo, el verde pistacho radiactivo, y su exhortación a los fans a que tengan un verano brat, es decir, un poquito descarrilado. Tras anunciar Joe Biden su retirada, la cantante británica posteó “Kamala ES brat ” y la campaña de la vicepresidenta se lo agradeció con una deferencia que francamente es poco brat. ¿El apoyo de los Obama, Hillary Clinton, y del propio Biden? Eso está bien, correcto. Pero, ¿el apoyo de la artista del momento, que viene ya con un lenguaje visual reconocible, unos códigos meméticos y un target deseable? Eso está mucho mejor.
Kamala Harris no ha sabido o podido marcar perfil propio durante toda la legislatura y ahora tampoco está claro sobre qué plataforma se presenta a la presidencia, más allá del no a Trump. Si se atreverá, por ejemplo, a hacer del derecho al aborto un tema central o a ponerle peros reales al genocidio israelí.
Programa de momento tiene poco, pero memes muchos. Su discurso galimatioso con los cocos, las fancams estilo K-Pop, sus bailes virales resucitados, los clips en el sofá de Drew
Barrymore.
Puede que con eso le baste. Los memes empezaron siendo el condimento de la política, y la derecha, en sus versiones ultra y desnatada, se lo tomó mil veces más en serio que el resto –ya no: ahí están los nuevos diputados de la Francia Insumisa jugando bien a la viralidad–. Ahora se han convertido en el plato principal. Solo hay que ver que Pedro Sánchez lleva más de un año viviendo a expensas de su transmutación en perrosanxe. La política es brat, y solo nos queda bailarla, aunque sea hasta el precipicio.
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